viernes, 15 de febrero de 2013

UNO ESCRITO CON LAS TRIPAS:


Hubo un tiempo bloguero en el que escribía las cosas tal cual salían de las tripas, sin filtro ni precaución alguna. Ahora, ya mayor, me sale del alma escribir con mayor distancia y evitar excesiva emoción en las palabras. Recuerdo unas entradas cuando murió mi abuela, u otras justo después de problemas escolares, donde seguramente debería haber permitido reposar los sentimientos. Las ideas en bruto son difíciles de digerir, más aún por los intestinos ajenos, por lo que conviene darles un procesado previo si no quieres, en el mejor de los casos, pasar por loco. Creo que los escritores buenos suelen decir que es más importante lo omitido que lo explicitado, lo que implica un costoso aprendizaje.

Ahora mismo es uno de esos momentos en los que conviene el reposo, el filtrado, pero resulta que también necesito la paz que otorga la escritura, así que...

La semana ha sido colosalmente confusa. Supongo que será difícil repetirla: un neurólogo me indicó algunos problemas importantes en mi cerebro; el martes fue un día memorable en la escuela con la visita de una gimnasta que revolucionó nuestras clases de EF; también en la escuela he estado implicado en un par de encontronazos entre los que piensan prioritariamente en los niños y los que difícilmente consideran que en la escuela hay niños; por último, hoy una familia ha querido unirse a la fiesta y me ha acusado de maltratar a su hijo física y psicológicamente.

El último asunto es terrible. En esencia, llegados a este punto, lo que me cuente la familia o los trámites que estén dispuestos a seguir me importa un carajo. Lo que me importa es que conocer esta mañana este hecho me ha dejado conmocionado, que unos padres de un niño puedan pensar que, remotamente, puedo tratar mal a su hijo es directamente inasumible. El mayor problema es que no me han consultado en ningún momento, sino que han acudido a otras instancias para tratar el asunto. Esto me hace pensar que directamente no cuentan con mi opinión, lo que me deja completamente aturdido para hablar con ellos dentro de unos días. Si unos padres creen que un maestro maltrata a su hijo y no creen siquiera necesario pedirle explicaciones, creo que sobra visita alguna a la escuela: la visita es directamente al juzgado del lugar.

Quizá sea todo normal desde el momento en que un maestro de pueblo no puede estar dando clase en una escuela tan terriblemente urbana. Quizá la siguiente entrada sea redactada desde la cárcel. Entonces tendré mucho tiempo para escribir y para hacer pesas y cursos de manualidades. Siempre hay una versión amble de los hechos. Buen fin de semana.

3 comentarios:

Amparito dijo...

¡dios, nos estamos volviendo todos locos! (L@s que ya lo eramos y l"s demás...)
No se en que parará todo esto pero...ánimos desde un pueblo del Pirineo

Isabel García Alonso. dijo...

Lo triste es el daño que están causando a su hijo. En cuanto a ti, lo más grande que se puede decir de un maestro es que se desvive por sus alumnos, que les piensa y les alienta. Tal vez para alguno de ellos tú seas el único.

Anónimo dijo...

Hola, Amparito. Las escuelas reflejan la sociedad y sí, parece que esta última se está volviendo bastante majara. Todos estamos convirtiendo las escuelas en lugares muy extraños y confusos.

Isabel García, ayer mantuve una reunión complicada con la familia. Complicada no por el problema abordado, de solución muy fácil, sino por el mero hecho de dedicar esfuerzo y preocupación a estas cosas. Lo realmente grave, y así fue trasladado a la familia, es el problema del niño, que, mientras hablamos de los protocolos y el sexo angelical, sigue en aumento y es cada vez más difícilmente solucionable.

Un abrazo para cada una.

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