Pueblos olvidados y memorias abandonadas
El dos mil trece ya va casi por la mitad y algunos andamos
tremendamente despistados. No tengo demasiadas palabras que compartir, hay un
vacío sideral en las entrañas cerebrales.
Nunca había pasado un período de enfermedad de cierta relevancia
durante el curso. Al problema médico se une el escolar, pues resulta difícil
mantener la constancia en el trabajo, la concentración, y finalmente las clases
se acaban resintiendo de una forma u otra. Que las sesiones salgan bien o mal
dependen en buena medida de las emociones que se van generando durante las
mismas, por lo que resulta muy importante andar con la cabeza equilibrada y
animada delante de los niños. Este hecho se aprende y se sufre con viveza
cuando se trabaja en Educación Especial. O quizá lo anterior sea un fallo
personal, y las clases deberían ser totalmente ajenas, o al menos en la mayor
medida posible, a los estados anímicos del personal.
Por otro lado, hay un aspecto muy favorable: es muy fácil llegar a
la escuela con la cabeza llena de preocupaciones y pensamientos que se cruzan a
endemoniada velocidad por sus circuitos neuronales correspondientes y, en unos
pocos segundos, nada más estar rodeado de veinte niños que gritan, ríen y
saltan, olvidarte y sentirte simplemente contento de estar allí. La pasada
semana, la noche anterior al comienzo de las clases tras el descanso navideño tardé
mucho en dormir. Estaba nervioso, no sabía si seguiría sabiendo ser maestro o
algún derivado parecido y aceptable. Al llegar la mañana y pasar las dos
primeras clases pude decir a los niños que había echado mucho de menos estar
con ellos y que me alegraba de volver a estar allí.
Y estas son las palabras que surgen instantes antes de ir a
dormir. En otro momento hubiera escrito un poco más sobre la siniestra y oscura
mano de la administración y los cargos con poder para imponer en la escuela un
modelo carente de sentido y bochornoso, pues cada día vivimos situaciones de
surrealismo aumentado. Pero es tan aburrido y tiene tan mal remedio.
2 comentarios:
Cruce de emociones y estados de ánimo … que tienen su eje vital en la escuela, en el aula, ese organismo vivo en que todo es posible y que todo profesor vocacional siente como profundamente contradictorio … y dotado de magnetismo. Allí están esos niños, sujetos activos de una potencial sociedad mejor, antes de convertirse en ciudadanos convencionales. Allí, durante unos años son seres especiales, llenos de posibilidades y abiertos a multitud de maravillas que la sucesión de los cursos va decapitando y estragando. Yo los recibo en otro momento vital … que es singularmente distinto, pero el absurdo del que escribe … y la complejidad de la realidad hace que todo sea incierto y difícil. Pero no podemos hacer más de lo que está en nuestras manos. Pero a veces me siento desolado por mi incapacidad.
Hola, Joselu.
El desasosiego parece que nos acompañará siempre. Ojalá aprendiéramos a disfrutarlo. No puedo expresar mejor lo que has indicado en las primeras líneas. Emociones y contradicciones. La desolación creo que forma parte de las consecuencias éticas de nuestro momento histórico. En buena medida, al menos.
Un fuerte abrazo. Y ánimo.
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