jueves, 19 de abril de 2012

LA VIDA MARAVILLOSA TRAS LOS CRISTALES.


Comienzo con una frase enviada, regalada, por mi amigo: “...esta profesión es apasionante, estoy contento de compartirla contigo”.

Hace un buen puñado de años, cuando, sin ser aún maestro, estaba en una clase con niños tenía una visión desde el otro lado del cristal que recuerdo vivamente. La puedo sentir como siento ahora mis manos o el dolor de garganta. Tenía una perspectiva distante de lo que ocurría allí adentro: del maestro, de los niños, de los problemas y los progresos, y pensaba en el día en que yo pudiera formar parte de todo aquello.

Ahora no tengo ya esa sensación de los ojos que miran por primera vez, aunque intento mantenerla en la memoria. El primer año de maestro sí era muy consciente cada día de la suerte de estar ya en el otro lado, de formar parte de aquel caos organizado que pretende ser una clase con unos cuantos niños. Me sorprendía cada pocos minutos por ser maestro de aquellos niños. Tenía que repetirme mentalmente que sí era el maestro, pues de vez en cuando aún me sorprendía este asombroso hecho. Aunque el tiempo va matizando la intensidad de las sensaciones, todavía ocurren con frecuencia momentos en los que levanto la cabeza, veo siete u ocho niños y digo “eh, eres su maestro, estás en esta sala para aportarles algo valioso en su vida y para compartir un tiempo magnífico, qué suerte tienes”

Hoy, a las cuatro de la tarde aproximadamente estaba con tres niños en torno a un microscopio. Ellos preparaban distintas muestras para observar y analizar vida microscópica. Cuando el primer niño ha mirado y ha visto un magnífico rotífero que se deslizaba entre células vegetales ha exclamado un sonoro “halaaaa!”. Entonces el segundo compañero le ha pedido poder mirar rápidamente y han formando una composición que, al instante, he querido fotografiar, pero finalmente he decidido disfrutar y retener en la memoria: un niño observaba el rotífero por el microscopio, el segundo miraba directamente y con concentración el cristal con la muestra, e intuía yo que pensaba sobre lo misterioso de estar viendo vida contenida en apenas cuatro milímetros cuadrados de líquido, y el tercero esperaba su turno pacientemente. Yo estaba entre ellos, he levantado la vista y he sentido lo que he nombrado al principio: “formo parte de todo esto, qué suerte”

Hoy sólo quería escribir esto. Con más alumnos por clase, con menos ordenadores, con menos pizarras digitales, con menos programas educativos, con sueldos menores, con cualquier dificultad, …, la vida que sucede tras las ventanas sigue formando cada día una historia maravillosa, y nuestro oficio seguirá consistiendo en mirarla y ayudar a comprenderla a los niños, lo que constituye un inmenso privilegio.

(Estas líneas van dedicadas a Jaime, porque sí, nuestra profesión es apasionante)

3 comentarios:

Joselu dijo...

De acuerdo contigo, pero no es lo mismo, José Luis, tener ocho alumnos y que aumentaran a diez o doce, que tener 25 y que te aumenten a 36, algunos de ellos disruptivos, provocadores, inquietos… en aulas semicerradas con el calor de junio o setiembre que convierte las clases en hornos crematorios especialmente a algunas horas. Que amemos nuestra profesión no significa que no nos demos cuenta de lo que están haciendo en virtud de una ingeniería social cuyos resultados solo se puede explicar con el humor de El Roto. Un saludo.

Kikiricabra dijo...

Está claro, Joselu. No tengo en la cabeza esas situaciones que tú sí vives. En cualquier caso, vista la evolución de la situación académica y las leyes y personas que la gobiernan, cierto estoicismo será un valor de gran ayuda.

Además, en una escuela rural las ratios están fuera de la discusión: el número de niños no aumentará de ocho a doce ni a nada, pues el número de niños por clase depende del número de niños por generación en el pueblo, siempre muy distante de los máximos permitidos. Ojalá los pueblos pudieran considerar ratios, ya que la evolución en el número de alumnos es descendente en casi todos los casos. Aquí la dificultad principal viene dada por tener niños de varias edades en la clase. Imagina una escuela unitaria, como sólo siete u ocho niños, pero con edades desde los tres años de infantil hasta los doce de sexto de primaria.

Un saludo.

Anónimo dijo...

El arte y la profesión de la docencia es todo un privilegio y aun con sus desencantos, las recompensas con el tiempo, son mayores.

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