Ya escribimos dos mil doce en la pizarra. Con tiza todavía, pero dos mil doce. Qué brutos.
Busco ilusiones ópticas con las que trabajaremos en clase algunas cuestiones relacionadas con la percepción. Vivimos con la firme creencia de que nuestro cerebro nos muestra fielmente la realidad (¿existe esta palabra fuera del diccionario?), pero muchas ilusiones extraordinariamente sencillas nos muestran que no siempre, ¿nunca?, es así, que el cerebro realiza creativamente buena parte de la obra que da lugar a lo que llamamos realidad.
Yo creo que esto pasa en cada momento de la vida. Que nuestros días están construidos con ilusiones. Ilusiones familiares, ilusiones sexuales, ilusiones laborales, ilusiones filosóficas, …, y resulta que un día, en un momento concreto, se mueve un poco el escenario, o tu ojo es capaz de enfocar de un modo distinto, o te pegan una bofetada que te hace observar con especial emoción, …, y resulta que lo que se mostraba ante ti ha cambiado completamente su forma, dejándote aturdido y acomplejado ante tu penuria perceptiva. Y así, acabas mirando con incredulidad al vendedor del pan, incluso al mismísimo pan, o mirando receloso ese artilugio por el que suenan las palabras de las personas a las que quieres. O recuerdas a tu familia cuando eras niño, la contemplas ahora bajo tierra, en hospitales o con la mirada triste y no te cabe duda que algún tipo de estrafalario juego óptico ha tenido que mediar entre ambas imágenes.
Ayer escuchaba a un poeta en la radio decir que no le cabía duda y que no entendía cómo vivíamos con tal normalidad. Que salías a la calle y absolutamente todo era demasiado raro. Si pudiera, contrataría su poesía.
Menos mal que escribir cura un poco. Bajaré comida a la perrilla abandonada. Supongo que en su hambre y en su frío habrá un realismo bastante creíble. Que tengan buen día.
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