Perro mira la Luna y duda que sea la misma de otros lugares
Hace cinco días preparé la mochila con un poco de comida y ropa y me dirigí hacia el monte.
Comencé ligero, pues el atardecer llegaría a una de las horas más tempranas del año. Conforme ascendía los ritmos se iban acompasando: el latir del corazón, la respiración, la disminución de luz, la sucesión de paisajes (bosques, prados, canchales…), las sensaciones visuales que la altura ganada ofrecía, …todos los elementos se acompasaban y se entremezclaban formando una sustancia mental pastosa e intensa. Y necesaria. Estas semanas ando buscando argumentos que incluso no existen y creo que esta narración es uno de ellos.
Justo cuando la luz entraba en el tiempo mágico entre la claridad y la oscuridad llegué a mi destino. El crepitar de la nieve bajo los pies era el único obstáculo para el silencio inmenso entre moles colosales de piedra. Ya sólo quedaba preparar un poco de comida y disfrutar de una noche en la que entre la nariz y las estrellas únicamente mediaban la atmósfera y un pedazo de Universo. Sin techos, molduras, ni lámparas de araña. La noche fue fría y clara, por lo que el pausado y circular baile de las estrellas resultó magnífico. Las manos no reunieron el calor ni el coraje necesario para intentar captar esta danza.
Una vez concluida la noche, quedaba captar otro puñado de emociones en el amanecer, abrir los ojos y contemplarse uno mismo en medio de un paisaje extraño, ajeno y propio a la vez. Y tras algunas vueltas, bajar y volver a la vida que cada día me resulta más difícil considerar real.
En un punto de las alturas, abarcando una gran amplitud visual, estuve un buen rato intentando entender qué hacía allí. Mi vista alcanzaba grandes cumbres, pero también valles con pueblos donde la vida comenzaba un nuevo día. Miles de historias en cada ángulo de visión.
En unas pocas horas cogería mis papeles y caminaría un centenar de pasos para abrir la puerta de la escuela a los niños. Hablaríamos de poesía, de videoconferencias con los niños del CEE Jean Piaget, y practicaríamos unos finales de ajedrez. También observaríamos unos vídeos de mimo e intentaríamos hacer cosas parecidas con nuestro cuerpo.
2 comentarios:
¡Cómo me falta este contacto con la naturaleza! Y cuando lo he tenido de forma efímera me ha resultado inquietante. Esta palabra inquietante es significativa pues es lo que creo que piensa en ciudadano urbano en general del contacto con la naturaleza, con las cumbres nevadas, el monte, los prados, el atardecer, los canchales, la noche, las estrellas… Son mundos expulsados de nuestra concepción vital. Le tenemos miedo, nos produce desazón porque no lo comprendemos. No forma parte de nuestro paisaje vital. Quizás sea eso lo que te lleva a tí, que disfrutas con esos paseos de transrealidad, a sentirte fuera del mundo real o preguntarte sobre la realidad de esa realidad que se concibe como únicamente real. ¿Qué es, pues, una noche estrellada, un ascenso a la montaña al atardecer? ¿Qué tipo de experiencias son? ¿Por qué nos son tan extrañas e inquietantes?
Hola, Joselu.
Yo creo que el alejamiento de la naturaleza es un desastre. Creo que es síntoma de una sociedad en apuros.
Hoy los chicos de 1 y 2º de ESO han contemplado una situación que no se debería haber dado. Hablando con ellos después me han dicho que yo era un poco aburrido, o algo similar, sin ninguna mala intención, pero confrontándolo con otros modos de vivir...digamos más intensos. Les he respondido que se equivocaban: que hoy algunas sensaciones de silencio, de quietud, de naturaleza y soledad, de esfuerzo, podían representar una intensidad vital que empequeñecía otras formas de vivir, como las que buscan en las drogas experiencias especiales. Les he preguntado si les apetecía dar un paseo por el bosque, de noche, para experimentar algunas emociones intensas.
Un saludo.
Publicar un comentario