miércoles, 2 de febrero de 2011

CABEZAS DIVERSAS E ÍNTIMOS IMPULSOS.

El impulso

Estaba cortando leña y dando gracias, claro está, a las desdichadas hayas que habían sido cortadas para que el próximo invierno mi bienestar occidental no se resienta con temperaturas inferiores a la estrecha franja térmica en la que nos sentimos felices. El perro Tastavín se reía, pues a él le da igual dormir pegado a la estufa chamuscándose los pelos que revolcarse en la nieve el día de mayor frío. “Infelices humanos”, indicaba algunas veces. En otras ocasiones observaba el horizonte y realizaba las reflexiones que tanto aprecia sobre el sentido de la vida de los perros, mucho más claras y prácticas que en nuestro confuso caso humano. De tal forma estábamos cuando han llegado los señores de color caqui con sus escopetas y sus cosas para, entre voces, tirarnos a unos metros las vísceras del último animal al que han tenido la gran fortuna de matar. No hemos podido evitar acercarnos a contemplar los intestinos, el corazón humeante, el hígado, los riñones, …, y pensar que todo aquel conjunto orgánico estaba funcionando hacía unos minutos. Hacía unos minutos aquello tenía vida. Qué puedo decir. Ya saben que no consigo comprender, por grande que haga el esfuerzo, la afición consistente en matar. Es tan inconmensurable y desbordante la circunstancia de estar vivo, que me resulta inadmisiblemente irracional tal ligereza para acabar con la vida. Uno de los señores de caqui se ha acercado para husmear en nuestras actividades y el perro Tastavín, que había ladrado cinco veces en diecinueve meses, le ha echado sin contemplaciones con unos cuantos ladridos contundentes. Ya ven que es un perro prodigioso y refinadamente inteligente.

Les diré también, como contrapunto y para mostrar esa pasmosa heterogeneidad en los contenidos mentales de unos y de otros a la que me refería el último día, que el sábado conocimos Villarrochel. Allí, María José tiene ocupado su tiempo en cuidar y dar la mejor vida posible a unas cuantas decenas de perros, gatos, loros, y muchas otras especies que, en casi todos los casos, los humanos compraron un día que se permitieron un capricho y que después, los caprichos cansan, abandonaron a su suerte. Estos caprichos son el motor de un rentabilísimo comercio ilegal o legal pero inmoral de especies, son también una de las causas más notables de la extinción de las especies autóctonas, y en algunos casos también el origen de distintos accidentes. Como les decía, en Villarrochel se percibe nítidamente respeto y amor profundo por la vida y los que la poseen.

Para acabar, una pequeña confesión. Igual que al borde de un precipicio se siente un íntimo impulso de saltar (espero que lo sientan ustedes también) hace unos pocos días tuve el íntimo impulso de caminar por la superficie de un lago helado y llegar hasta el centro. En algunos pasos el hielo crepitó y distintas grietas se fueron abriendo de forma radial desde mi titubeante pie. Quizá faltó poco para caer al interior y acabar congelado en unos pocos segundos. ¿Qué debemos hacer con los impulsos irrefrenables que nos acercan al borde del precipicio o al centro del lago helado?

Que tengan buen final de semana. Si miran mañana el cielo podrán disfrutar de miles de estrellas y de la segunda luna nueva del año.

3 comentarios:

Joselu dijo...

Los abismos me producen pánico y no me suelo asomar demasiado, y en los lagos helados sólo me adentro cuando he visto a otros transitando por ellos y sé que no hay peligro, pero sí he de confesar que en la mili, en mis guardias de primera hora del amanecer, apoyaba mi Cetme sobre mi barbilla y quitaba el seguro, y así me ponía a meditar durante un buen rato. No sé por qué hacía esto pero me atraía especialmente en esas horas de la aurora en que estaba totalmente solo y todos dormían.

Amparito dijo...

El contrapunto perfecto a lo que cuentas es la foto que nos muestras

Kikiricabra dijo...

Gracias a ambos por compartir un pensamiento en medio del abismo, del impulso, y del silencio.

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