Es la última semana del curso con horario partido. No soy amigo de hacer balances pero durantes las últimas semanas inevitablemente miro y pienso bajo el prisma del que observa que concluye su primer ciclo de dos años en un mismo lugar. No sé si por justicia con el lugar o por qué, muchos de esos pensamientos de estos días se tiñen de nostalgia y cierto miedo: dos años viviendo en Peñarroya sin compañía representarán ya para siempre una parte importante de la vida de uno.
No es difícil echar las cuentas del tiempo que he pasado con los niños. Seguro que cientos de horas más que con mi familia. Además de, por primera vez, poder acompañar a un grupo durante dos cursos seguidos. Y supongo ya se sabrá que no coincido con esa buena profesora que decía que ella iba a trabajar, a enseñar, y no a ser amiga de nadie. Es obvio que los momentos más bonitos que todos, o algunos, guardaremos en la memoria tienen más relación con situaciones de complicidad, de cercanía, de empatía, que con lo puramente curricular.
Ahora intento preparar este último mes de curso, donde los apretados horarios de la jornada continua, con sus clases de cuarenta y cinco minutos dificultan en gran medida el trabajo de las áreas con la mínima profundidad y calma necesarias. En ese tiempo me tocará dar clase de “psicomotricidad” a los niños de infantil. Serán cuarenta y cinco minutos a la semana. Quizá en otro post sea interesante reflexionar sobre cómo esos niños de tres, cuatro, y cinco años pueden contar con una única hora semanal de algo parecido a educación física, si es justamente un momento evolutivo en el que nuestra área adquiere pleno sentido y necesidad.
Ésto es lo que hoy se me ocurre añadir a este diario de maestros, concluyendo la estancia en mi segundo destino profesional y finalizando mi tercer año como aprendiz de maestro.
No es difícil echar las cuentas del tiempo que he pasado con los niños. Seguro que cientos de horas más que con mi familia. Además de, por primera vez, poder acompañar a un grupo durante dos cursos seguidos. Y supongo ya se sabrá que no coincido con esa buena profesora que decía que ella iba a trabajar, a enseñar, y no a ser amiga de nadie. Es obvio que los momentos más bonitos que todos, o algunos, guardaremos en la memoria tienen más relación con situaciones de complicidad, de cercanía, de empatía, que con lo puramente curricular.
Ahora intento preparar este último mes de curso, donde los apretados horarios de la jornada continua, con sus clases de cuarenta y cinco minutos dificultan en gran medida el trabajo de las áreas con la mínima profundidad y calma necesarias. En ese tiempo me tocará dar clase de “psicomotricidad” a los niños de infantil. Serán cuarenta y cinco minutos a la semana. Quizá en otro post sea interesante reflexionar sobre cómo esos niños de tres, cuatro, y cinco años pueden contar con una única hora semanal de algo parecido a educación física, si es justamente un momento evolutivo en el que nuestra área adquiere pleno sentido y necesidad.
Ésto es lo que hoy se me ocurre añadir a este diario de maestros, concluyendo la estancia en mi segundo destino profesional y finalizando mi tercer año como aprendiz de maestro.
0 comentarios:
Publicar un comentario