Hace unas semanas fue firmado un pacto de sangre según el cual cada vez que quien ahora escribe cubriera el hueco dejado en el blog por su compañero de fatigas, éste le compensaría con un par de cajas de las afamadas casquetas fritas (casquetas a la paella) de Cretas (Queretes). Quede ello en el conocimiento de la blogosfera, y sépase que la cantidad adeudada ronda ya las treinta cajas.
Soy informado de la llegada a este blog de algunos nuevos visitantes. Les doy (o damos, aunque esto supone que serán treinta y una las cajas) la bienvenida, y les invito a que manifiesten su opinión para enriquecer este sitio que pretende ser un espacio de opinión y reflexión.
He hecho algo mal con la poesía. Un par de sabandijas no van a albergar los sentimientos que yo pretendía hacia esta forma de escribir, o de vivir, que lo mismo es. Aunque ella me sorprende cada día pidiéndome un trocito más de la poesía (prosa poética, mejor) “El Árbol” de R. Tagore. Y mi buen alumno, todo un reto este curso, me ha dejado atónito hoy cuando ha llegado a clase habiendo leído ochenta páginas de un libro que acerqué hace unos días a la escuela (cortesía fraterna). Además, después ha acabado con las treinta restantes, se ha quedado muy contento y ha cogido otro para leer los próximos días.
Siguiendo con la escuela, hace un rato he acabado mis doblemente iniciales labores agricultoras. Si sale algún tomate u otro fruto serán los más caros de la temporada, dado el despliegue de medios utilizado para hacerles crecer sin disponer de huerto. Aunque tierra he movido como si lo tuviera. El caso es que andaba trasplantando brotes y he guardado unos cuantos para mostrar en clase mañana en relación con el tema botánico que estos días estudiamos. Hoy hablábamos de algunas cosas de las hojas, la fotosíntesis que algunas plantas hacen en el tallo, o las diferentes formas y funciones de las raíces. Y, mientras observaba una plantita pendiente de trasplantar, me preguntaba cómo tenía el valor de no haber llevado aún a clase algunas de estas cosas para mostrar a los niños. La dictadura contra el pensamiento que impone el libro de texto (una especie de listado de dogmas laicos, o no, que obligan a un desmesurado esfuerzo creyente; algo así como lo de “no lo he visto, mas lo creo con mayor firmeza que si lo viere ahora”) está bastante arrinconada, pero, aún así, he dado una vuelta virtual por la mente de los niños, por sus oídos obligados a escuchar cada día cuatro, cinco, o seis horas explicaciones de adultos desconectadas de cualquier vínculo con algo material, tangible, y real. Pocos de estos adultos seríamos capaces de un esfuerzo de abstracción de tal calibre. En definitiva, creo que todo esfuerzo que pueda hacer (utilizo lo que podría llamarse singular de cortesía; hay visitantes de una extrema sensibilidad) por acercar el mundo, el de verdad, a los niños de mi clase constituirá un aspecto muy beneficioso para ellos. Mañana también aprovecharemos una bombilla ya jubilada.
Mi querida madre, una muy buena madre (aunque fume a escondidas), ha comprado media docena de ejemplares de “Escuelas. El Tiempo Detenido”. Puede que agote ella, sin más ayuda, la edición. O que lo haga best-seller. Quién sabe, son cosas que sólo una madre es capaz de hacer. En todo caso, gracias por la ilusión.
Mañana, si nada se tuerce aún más, podremos respirar, que ya era hora.
Actualización de ultimísima hora: recibimos un paquete en clase del Director del Museo Pedagógico de Aragón. Va dirigido a los niños. Les pongo en situación, entrego los regalos y todos marchan a casa aún más contentos, con sus lápices, sus marca-páginas, y sus florecicas para plantar. Gracias Víctor.
Soy informado de la llegada a este blog de algunos nuevos visitantes. Les doy (o damos, aunque esto supone que serán treinta y una las cajas) la bienvenida, y les invito a que manifiesten su opinión para enriquecer este sitio que pretende ser un espacio de opinión y reflexión.
He hecho algo mal con la poesía. Un par de sabandijas no van a albergar los sentimientos que yo pretendía hacia esta forma de escribir, o de vivir, que lo mismo es. Aunque ella me sorprende cada día pidiéndome un trocito más de la poesía (prosa poética, mejor) “El Árbol” de R. Tagore. Y mi buen alumno, todo un reto este curso, me ha dejado atónito hoy cuando ha llegado a clase habiendo leído ochenta páginas de un libro que acerqué hace unos días a la escuela (cortesía fraterna). Además, después ha acabado con las treinta restantes, se ha quedado muy contento y ha cogido otro para leer los próximos días.
Siguiendo con la escuela, hace un rato he acabado mis doblemente iniciales labores agricultoras. Si sale algún tomate u otro fruto serán los más caros de la temporada, dado el despliegue de medios utilizado para hacerles crecer sin disponer de huerto. Aunque tierra he movido como si lo tuviera. El caso es que andaba trasplantando brotes y he guardado unos cuantos para mostrar en clase mañana en relación con el tema botánico que estos días estudiamos. Hoy hablábamos de algunas cosas de las hojas, la fotosíntesis que algunas plantas hacen en el tallo, o las diferentes formas y funciones de las raíces. Y, mientras observaba una plantita pendiente de trasplantar, me preguntaba cómo tenía el valor de no haber llevado aún a clase algunas de estas cosas para mostrar a los niños. La dictadura contra el pensamiento que impone el libro de texto (una especie de listado de dogmas laicos, o no, que obligan a un desmesurado esfuerzo creyente; algo así como lo de “no lo he visto, mas lo creo con mayor firmeza que si lo viere ahora”) está bastante arrinconada, pero, aún así, he dado una vuelta virtual por la mente de los niños, por sus oídos obligados a escuchar cada día cuatro, cinco, o seis horas explicaciones de adultos desconectadas de cualquier vínculo con algo material, tangible, y real. Pocos de estos adultos seríamos capaces de un esfuerzo de abstracción de tal calibre. En definitiva, creo que todo esfuerzo que pueda hacer (utilizo lo que podría llamarse singular de cortesía; hay visitantes de una extrema sensibilidad) por acercar el mundo, el de verdad, a los niños de mi clase constituirá un aspecto muy beneficioso para ellos. Mañana también aprovecharemos una bombilla ya jubilada.
Mi querida madre, una muy buena madre (aunque fume a escondidas), ha comprado media docena de ejemplares de “Escuelas. El Tiempo Detenido”. Puede que agote ella, sin más ayuda, la edición. O que lo haga best-seller. Quién sabe, son cosas que sólo una madre es capaz de hacer. En todo caso, gracias por la ilusión.
Mañana, si nada se tuerce aún más, podremos respirar, que ya era hora.
Actualización de ultimísima hora: recibimos un paquete en clase del Director del Museo Pedagógico de Aragón. Va dirigido a los niños. Les pongo en situación, entrego los regalos y todos marchan a casa aún más contentos, con sus lápices, sus marca-páginas, y sus florecicas para plantar. Gracias Víctor.
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