¿Qué hacer si, súbitamente, la tristeza rellena cada instante?.
¿Qué hacer si esa citada angustia existencial se convierte en un pinchazo continuo en las entrañas?.
¿Qué hacer si las lágrimas apenas tienen ya fuerza para no derramarse?.
¿Qué hacer si lo que parecía un rumbo claro se torna una visión fantasmagórica, borrosa, agónica?.
En clase hoy hemos tratado algunas noticias profusamente. La verdad es que casi no tengo fuerzas para hacerlo. Son siempre las mismas. Roban, sufren, aparecen, mienten, derrochan, siempre los mismos. Los mismos atropellos, destrozos, extinciones, tragedias de siempre. Y ésto salpicado de otras que cuesta creer ocurran en nuestro mundo de civilizados.
Subía a las tres hacia la escuela, cargado de cacharros como siempre, mientras llovía abundantemente. En ese momento me adelantó con el coche una señora de una niña de la escuela que suele negarme el saludo frecuentemente. Me aparté, pero la gran velocidad que llevaba provocó que me salpicara desde los tobillos hasta las cejas. Supongo que lo haría con buena intención.
Acabo de despedir a las madres tras la última reunión del curso. Me gustaría ver alguna vez a los padres. Hemos tratado cuatro cosas y una excursión pendiente. Observo que (me) resulta imposible poner de acuerdo a las familias cuando tratamos algo un poco alejado de lo normal. Sigue siendo lo más ingrato de mi trabajo. También hemos organizado una rápida exposición para que los niños mostraran a sus familias lo que hemos podido analizar durante el curso relacionado con el medio ambiente: las egagrópilas, algunas fotos, piñas comidas por ardillas, algunos cráneos de mamíferos, algunas garras de aves, unos pocos insectos, serpientes y sus mudas, cuernos, agallas de roble y carrasca, etc. Para ellos ha sido una bonita actividad. Será por mi pesimismo, pero varias caras de asco o indiferencia pronosticaban un complicado trabajo con los niños en torno a su educación natural. No es problema de estas familias, claro está. El problema es de la sociedad. Y no pretendo parecer un visionario profeta agorero; creo que echando un vistazo al panorama todo el mundo puede llegar a similar conclusión.
Cojo la tecla veinte minutos después. Me han visitado siete u ocho niños. Siguen contentos, me piden fotos, acertijos, y hablan de lo bien que estuvieron en el CRIET. Poner toda la ilusión en la escuela me aporta grandes satisfacciones, pero también implica que su ausencia dificulte tremendamente el trabajo.
Cada año, el camino andado, se guarda en un tarro en la correspondiente sección cerebral. Con su etiqueta, su fragancia, sus imágenes, sus sonidos. El curso pasado ansotano pude revisar este tarro antes de que fuera ordenado en su lugar, al acabar el curso, a causa de la intensidad del mismo. Este curso, aún sin acabar, ya empiezo también a vislumbrar las características que tendrá la mezcla. Será una mezcla muy extraña: con grandes zonas claras y con otras muy oscuras. Pero, ante todo, la tristeza será un ingrediente que impregnará toda la receta. Tengo algunas cosas importantes que decir, pero aún debo pensarlas mejor. Quizá deba esperar a ser viejo para contarlas.
¿Qué hacer si esa citada angustia existencial se convierte en un pinchazo continuo en las entrañas?.
¿Qué hacer si las lágrimas apenas tienen ya fuerza para no derramarse?.
¿Qué hacer si lo que parecía un rumbo claro se torna una visión fantasmagórica, borrosa, agónica?.
En clase hoy hemos tratado algunas noticias profusamente. La verdad es que casi no tengo fuerzas para hacerlo. Son siempre las mismas. Roban, sufren, aparecen, mienten, derrochan, siempre los mismos. Los mismos atropellos, destrozos, extinciones, tragedias de siempre. Y ésto salpicado de otras que cuesta creer ocurran en nuestro mundo de civilizados.
Subía a las tres hacia la escuela, cargado de cacharros como siempre, mientras llovía abundantemente. En ese momento me adelantó con el coche una señora de una niña de la escuela que suele negarme el saludo frecuentemente. Me aparté, pero la gran velocidad que llevaba provocó que me salpicara desde los tobillos hasta las cejas. Supongo que lo haría con buena intención.
Acabo de despedir a las madres tras la última reunión del curso. Me gustaría ver alguna vez a los padres. Hemos tratado cuatro cosas y una excursión pendiente. Observo que (me) resulta imposible poner de acuerdo a las familias cuando tratamos algo un poco alejado de lo normal. Sigue siendo lo más ingrato de mi trabajo. También hemos organizado una rápida exposición para que los niños mostraran a sus familias lo que hemos podido analizar durante el curso relacionado con el medio ambiente: las egagrópilas, algunas fotos, piñas comidas por ardillas, algunos cráneos de mamíferos, algunas garras de aves, unos pocos insectos, serpientes y sus mudas, cuernos, agallas de roble y carrasca, etc. Para ellos ha sido una bonita actividad. Será por mi pesimismo, pero varias caras de asco o indiferencia pronosticaban un complicado trabajo con los niños en torno a su educación natural. No es problema de estas familias, claro está. El problema es de la sociedad. Y no pretendo parecer un visionario profeta agorero; creo que echando un vistazo al panorama todo el mundo puede llegar a similar conclusión.
Cojo la tecla veinte minutos después. Me han visitado siete u ocho niños. Siguen contentos, me piden fotos, acertijos, y hablan de lo bien que estuvieron en el CRIET. Poner toda la ilusión en la escuela me aporta grandes satisfacciones, pero también implica que su ausencia dificulte tremendamente el trabajo.
Cada año, el camino andado, se guarda en un tarro en la correspondiente sección cerebral. Con su etiqueta, su fragancia, sus imágenes, sus sonidos. El curso pasado ansotano pude revisar este tarro antes de que fuera ordenado en su lugar, al acabar el curso, a causa de la intensidad del mismo. Este curso, aún sin acabar, ya empiezo también a vislumbrar las características que tendrá la mezcla. Será una mezcla muy extraña: con grandes zonas claras y con otras muy oscuras. Pero, ante todo, la tristeza será un ingrediente que impregnará toda la receta. Tengo algunas cosas importantes que decir, pero aún debo pensarlas mejor. Quizá deba esperar a ser viejo para contarlas.
3 comentarios:
Odio, robos, muerte, ...siempre lo habrá, no podemos hacer nada.
No creo que todos los padres ni todos tus alumnos sepan aprovechar las oportunidades que se les abren cuando les enseñas la naturaleza, simplemente disfruta con aquellos a los que les interesa, habrá padres que se intriguen al ver llegar a sus hijos tan entusiasmados a casa, niños a los que acabas de descubrir un nuevo mundo, yo estaría contento en ese caso...
Y sobre el tarro de las esencias, bueno...quién sabe lo que nos depara el futuro, igual el año que viene la tristeza se torna...
Esa súbita tristeza que te invade tiene un nombre: astenia primaveral. Somos muchos los que el cambio de estación nos coge aletargados y debemos acompasar nuestro ánimo a los soleados días de primavera. Aunque mejor dicho quizás este año lo que nos está pasando es que estamos tristes, contagiados por las tardes lluviosas que estamos teniendo.
En todo caso es bueno saber que este estado es temporal y que vendrán mejores días (sobre todo cuando acabe el curso ya que a estas alturas empieza a pesar).
Hola a ambos.
Anónimo, todo es interpretable de diferentes modos, pero algunos gestos, miradas al reloj, chamuscan buena parte del ánimo. Y el año próximo...a saber.
Merba, desafortunadamente no tiene esto nada que ver con la primavera. Al contrario, la primavera me resulta un momento maravilloso en el que la vida brota inundándonos con sus colores, formas, olores, sonidos, ...
Un saludo.
José Luis.
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