Me despedí del pueblo, sin ganas y en contra de mi voluntad, el domingo por la noche. Lo hice rodeado de veinte niños que nos ayudaban a buscar las extraviadas llaves de casa. Entre mis acompañantes había sorpresa por la improvisada muchedumbre que nos esperaba en la calle, nos rodeaba, y despedía. Los niños siguen siendo las personas con las que mejor me comunico, y el principal motivo de las alegrías de cada día.
Participé este verano en algunas actividades de la página de Escuela de Escritores, una bonita iniciativa por la que merece la pena dar un paseo. Periódicamente ponen en marcha programas como el actual, consistente en la labor de apadrinamiento de palabras, ya realizada por ROLDE hace un tiempo (enronar es la mía, utilícenla), y tratada por Jaime hace pocos días. La idea es la de siempre: salvar del olvido un buen puñado de palabras, de modo que nuestro mundo no se estreche progresivamente al perderse los conceptos que designan a los habitantes de nuestro pensamiento. El año pasado pidieron colaboración para elegir la palabra más bonita del castellano, resultando ganadora “amor”. Prefiero otras: libélula, horizonte, estrella, amapola, atardecer, ocaso, caricia, suspiro, maestro, …; ¿alguien ofrece la suya?.
Ayer tomé la dosis. Me dejó más relajado, pero pronto comencé a necesitarla de nuevo. En la revista de siempre, página dieciocho, Antonio Muñoz Molina cada día me gusta más. Entre lo bien que lo hace y que casi siempre escribe sobre lo que quiero oír (leer en este caso), cada artículo mensual es una alegría, o un consuelo. Este mes los ingredientes tienen que ver con los campos de golf, las urbanizaciones maravillosas, la razón humana, actuaciones en Níger, …; pueden hacerse ligera idea del resultado. También un curioso capítulo central dedicado a las relaciones entre ciencia y religión. Aunque no es momento, estando en pleno éxtasis procesionario.
Respecto a la escuela, la semana pasada unas madres, siempre madres, me dijeron que hace bastantes años en Peñarroya hubo unos maestros que gestionaron con gran esfuerzo y dedicación una biblioteca escolar. Compraron, ordenaron, cuidaron los libros, y dieron su tiempo para promover esta iniciativa. Al marchar estos maestros la actividad bibliotecaria murió. Varias personas hablaban con cariño de estos maestros. Desconozco el esfuerzo necesario para impulsar algo así, desconozco las colaboraciones e ilusiones compartidas necesarias, los posibles obstáculos. Espero algún día conocerlo de primera mano.
Participé este verano en algunas actividades de la página de Escuela de Escritores, una bonita iniciativa por la que merece la pena dar un paseo. Periódicamente ponen en marcha programas como el actual, consistente en la labor de apadrinamiento de palabras, ya realizada por ROLDE hace un tiempo (enronar es la mía, utilícenla), y tratada por Jaime hace pocos días. La idea es la de siempre: salvar del olvido un buen puñado de palabras, de modo que nuestro mundo no se estreche progresivamente al perderse los conceptos que designan a los habitantes de nuestro pensamiento. El año pasado pidieron colaboración para elegir la palabra más bonita del castellano, resultando ganadora “amor”. Prefiero otras: libélula, horizonte, estrella, amapola, atardecer, ocaso, caricia, suspiro, maestro, …; ¿alguien ofrece la suya?.
Ayer tomé la dosis. Me dejó más relajado, pero pronto comencé a necesitarla de nuevo. En la revista de siempre, página dieciocho, Antonio Muñoz Molina cada día me gusta más. Entre lo bien que lo hace y que casi siempre escribe sobre lo que quiero oír (leer en este caso), cada artículo mensual es una alegría, o un consuelo. Este mes los ingredientes tienen que ver con los campos de golf, las urbanizaciones maravillosas, la razón humana, actuaciones en Níger, …; pueden hacerse ligera idea del resultado. También un curioso capítulo central dedicado a las relaciones entre ciencia y religión. Aunque no es momento, estando en pleno éxtasis procesionario.
Respecto a la escuela, la semana pasada unas madres, siempre madres, me dijeron que hace bastantes años en Peñarroya hubo unos maestros que gestionaron con gran esfuerzo y dedicación una biblioteca escolar. Compraron, ordenaron, cuidaron los libros, y dieron su tiempo para promover esta iniciativa. Al marchar estos maestros la actividad bibliotecaria murió. Varias personas hablaban con cariño de estos maestros. Desconozco el esfuerzo necesario para impulsar algo así, desconozco las colaboraciones e ilusiones compartidas necesarias, los posibles obstáculos. Espero algún día conocerlo de primera mano.
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