“En Aragón, Comunidad Autónoma en la que abundan los desiertos y estepas, los secanos áridos sedientos de agua, los árboles son un tesoro.
Cada vez que muere un árbol a causa de las epidemias ambientales o los cambios climáticos, o se queman los bosques por causas naturales o provocadas, o simplemente se talan por intereses económicos o caprichos particulares, es como si robaran algo valioso, como si rescataran un poco del pulmón de una tierra que, en muchas zonas, será ya incapaz de renacer”.
Esto es parte del prólogo del libro Árboles de Aragón (Guía de árboles monumentales y singulares de Aragón), y lo firma Ibercaja. Está claro, vivimos en el tiempo donde las palabras no valen nada, carecen de cualquier evidencia de honestidad, y apenas tiene importancia expresar algo temerario, falso, o descaradamente vergonzoso (y digo esto sin apenas pensar en políticos). En esas pocas líneas demuestran nulo interés en la documentación para hacer un prólogo adecuado técnicamente (terrible equiparar en un libro técnico la estepa con el desierto, contraponiéndolo a lo bello, a la vida representada por los árboles), se marcan la última frase con el verbo rescatar (o la RAE está desfasada, o no se comprende el dislate; ¿secuestrar?), y el clímax, la esencia del cinismo, lo de “o simplemente se talan por intereses económicos”. Ya me explicarán cómo quien promueve precisamente esas talas por intereses económicos tiene el atrevimiento de expresarse de tal modo. El prólogo continúa por similar camino, provocando exclamaciones atónitas cada dos líneas. Mala manera de empezar un libro; no se dejen prologar por Ibercaja.
Nos hemos vuelto a mirar. Todos estábamos un poco despistados, con el cerebro aún sin engrasar, los dedos un poco torpes, los oídos desentrenados. Con unos cuantos chistes, tres o cuatro olvidos, dos enfados, diez o doce sonrisas, bastantes peripecias y aventuras de campamentos silvestres, ríos y flores en el zurrón de los recuerdos, nos hemos colocado en disposición de abordar un trimestre que promete grandes cosas: luna, flores, filosofía, bicis, carreras por el pueblo, buitres, el Salt del Matarraña, herbario, paseos campestres, abuelos que cuentan historias, Brookei, microscopios, y tres o cuatro cosas más. Si el menú es de su agrado, ya saben donde estamos.
Cada vez que muere un árbol a causa de las epidemias ambientales o los cambios climáticos, o se queman los bosques por causas naturales o provocadas, o simplemente se talan por intereses económicos o caprichos particulares, es como si robaran algo valioso, como si rescataran un poco del pulmón de una tierra que, en muchas zonas, será ya incapaz de renacer”.
Esto es parte del prólogo del libro Árboles de Aragón (Guía de árboles monumentales y singulares de Aragón), y lo firma Ibercaja. Está claro, vivimos en el tiempo donde las palabras no valen nada, carecen de cualquier evidencia de honestidad, y apenas tiene importancia expresar algo temerario, falso, o descaradamente vergonzoso (y digo esto sin apenas pensar en políticos). En esas pocas líneas demuestran nulo interés en la documentación para hacer un prólogo adecuado técnicamente (terrible equiparar en un libro técnico la estepa con el desierto, contraponiéndolo a lo bello, a la vida representada por los árboles), se marcan la última frase con el verbo rescatar (o la RAE está desfasada, o no se comprende el dislate; ¿secuestrar?), y el clímax, la esencia del cinismo, lo de “o simplemente se talan por intereses económicos”. Ya me explicarán cómo quien promueve precisamente esas talas por intereses económicos tiene el atrevimiento de expresarse de tal modo. El prólogo continúa por similar camino, provocando exclamaciones atónitas cada dos líneas. Mala manera de empezar un libro; no se dejen prologar por Ibercaja.
Nos hemos vuelto a mirar. Todos estábamos un poco despistados, con el cerebro aún sin engrasar, los dedos un poco torpes, los oídos desentrenados. Con unos cuantos chistes, tres o cuatro olvidos, dos enfados, diez o doce sonrisas, bastantes peripecias y aventuras de campamentos silvestres, ríos y flores en el zurrón de los recuerdos, nos hemos colocado en disposición de abordar un trimestre que promete grandes cosas: luna, flores, filosofía, bicis, carreras por el pueblo, buitres, el Salt del Matarraña, herbario, paseos campestres, abuelos que cuentan historias, Brookei, microscopios, y tres o cuatro cosas más. Si el menú es de su agrado, ya saben donde estamos.
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