lunes, 11 de mayo de 2009

LA VIDA SE INICIA Y SE REPITE.

Coro a cuatro voces. Dulces y negras voces.

Paridera en ruinas, un viejo aparador de madera carcomida, palos y despojos variados, la primera casa de los pollos rockeros de chova piquirroja: en poco más de quince días los pollos han pasado de no existir, a ser un huevo, y a ser unos alborotadores jovenzuelos únicamente ocupados en exprimir la capacidad de los padres para proporcionar comida. Ahora ya volarán por amplías estepas soltando sus metálicos graznidos. Quiaaa, quiaaa, quiaaa; salir al campo recuerda a cada instante el milagro de la vida.

Desde esta dirección se accede al blog de la escuela de educación especial Jean Piaget de Zaragoza. Aquí los zagales, de momento los más mayores, van contando algunas peripecias de sus vidas. Quizá puedan echar un vistazo y conocer este nuevo pedazo de escritura que refleja la vida, o ese pequeño pedazo de vida que es la escritura, qué sé yo.

Hace tres días salieron los listados de los tribunales para la oposición de maestro de primaria en Aragón. Hace dos años prometí solemnemente preferir la cárcel, o varios meses sin sueldo y/o empleo en su defecto, a volver a semejante situación. Sentía curiosidad por comprobar si sería capaz de mantener el sagrado juramento, pero no ha habido lugar. Tendré que esperar otros dos años para poner a prueba mis principios.

Ahora comenzaré con los mapas del tesoro. Siempre del lado de los piratas, claro. Y si son africanos, mejor.

domingo, 10 de mayo de 2009

SUEÑOS EXTRAÑAMENTE ERÓTICOS.

El dorado atardecer del alcaraván, el sisón, y el mochuelo.

Hace unas noches, en esos instantes en los que el sueño se apodera de la conciencia (puede que sean el equivalente onírico de mi preciada luz mágica del atardecer), pero ésta aún mantiene un ápice de claridad, me levanté sobresaltado con un par de ideas que llegaban confusas y apresuradas. Corriendo encendí la luz, busqué en la mesilla lápiz y la libreta de apuntar la vida y, tras tirar varios despertadores y cacharros, transcribí fielmente lo pensado. Después pedí perdón por el ruido, la luz, y lo tirado.

Llevaba un tiempo leyendo sobre las erróneos conceptos astronómicos a lo largo de la historia como consecuencia de falsas percepciones (por ejemplo, concebir plana La Tierra, o considerar que es el Sol quien gira). Es un asunto muy interesante, recurrente en la filosofía, puesto que nos enfrenta a la ambigüedad siempre presente en nuestras percepciones, tanto individuales como colectivas. El asunto es que esa noche, de repente, me arrancó de mis ensoñaciones la posible analogía entre lo anterior y la percepción de nuestra conciencia. Acabé concluyendo que difícilmente podemos analizar la conciencia desde nuestra propia conciencia (de otro modo es imposible, ¿no?), y que probablemente la concepción que tenemos de ella no distará mucho de la que tenían los antiguos de los conceptos astronómicos descritos. ¿Cómo juzgar la veracidad de nuestra conciencia si no hemos tenido jamás experiencia de otra cosa distinta a ella, sea lo que sea ella?. Lo que realmente me sorprende es que sabiendo tan poco de nosotros, de qué somos, de por qué somos, …, nos lancemos cada día a ese torbellino de actividades, de prisas, de nervios, de alcanzar metas que sólo nos llevan a otras metas.

También apunté un par de cosas de la muerte y la vida, pero apenas entiendo qué quise expresar.

En fin, Pablo, estudia bien el examen. Quizá dentro de unos años te despiertes igualmente sobresaltado y comprendas el por qué de Zaratustra, de Hegel, o del imperativo categórico. O quizá no, y duermas plácidamente.

sábado, 2 de mayo de 2009

JAVIER ORTIZ.


Recuerdo con una sonrisa la memorable escena de Amanece, que no es poco en la que el médico alaba la actitud del recién muerto diciendo algo así como “qué irse…, qué morir, nunca había visto una muerte de tal belleza, tan magnífica…”. También recuerdo la idea recurrente del Libro Tibetano de la vida y de la muerte que explica la importancia de preparar adecuadamente la muerte para que este vital (¿?) y trascendente instante sea vivido es un estado de conciencia claro, con sosiego y entereza.

Conocí a Javier Ortiz a través del magnífico blog Cuaderno de Campo. Desde entonces he leído habitualmente sus columnas periodísticas y he seguido sus pensamientos en su web y sus blog El dedo en la llaga y Apuntes del natural. Me encantaban sus análisis. Y su biografía.

Hace unos días murió, pero el día anterior dejó escrito su obituario. Lo he leído y me resulta increíble, por lo escrito y por la acción que significa. Lo coloco a continuación, pues me parece una joya que deseo quede presente aquí:

Javier Ortiz, columnista

Falleció ayer de parada cardio-respiratoria el escritor y periodista Javier Ortiz. Es algo que él mismo, autor de estas líneas, sabía muy bien que sucedería, y que por eso pudo pronosticar, porque no hay nada más inevitable que morir de parada cardio-respiratoria. Si sigues respirando y el corazón te late, no te dan por muerto.

Así que en ésas estamos (bueno, él ya no). Javier Ortiz fue el sexto hijo de una maestra de Irún, María Estévez Sáez, y de un gestor administrativo madrileño, José María Ortiz Crouselles. Sus abuelos fueron, respectivamente, un señor de Granada con aspecto de policía -lo que tal vez se justifique considerando el hecho de que era policía-, una señora muy agradable y culta con allure y apellido del Rosellón, un honrado y discreto carabinero orensano con habilidades de pendolista y una viuda de Haro casada en segundas nupcias con el recién mencionado, Javier Estévez Cartelle, del que se derivó el nombre de pila de nuestro recién difunto. Si algún interés tienen todos estos antecedentes, cosa que dista de estar clara, es el de demostrar que, en contra de lo que suele pretenderse, el cruce de razas no mejora el producto. (Obsérvese qué gran variedad de procedencias se puso en juego para acabar fabricando a un vasco calvo y bajito.)

La infancia de Javier Ortiz transcurrió en San Sebastián, ciudad que le venía muy a mano, porque nació allí. Se dedicó básicamente a mirar lo que había por sus cercanías, en particular el pecho de las señoras -ahora que ya está muerto podemos descubrir ese inocente secreto suyo-, y a estudiar cosas tan peregrinas como las ciudades costeras del Perú, de las que no logró olvidarse hasta su postrer respiro. Los jesuitas trataron de encauzarlo por el buen camino, pero él descubrió muy pronto que era comunista. Eso malogró del todo su carrera religiosa, ya de por sí poco prometedora, sobre todo desde que notó con desagrado el interés que algunos sacerdotes ponían en sus partes pudendas.

Su primer trabajo como escribidor, aparecido en una página del periódico del colegio, fue, curiosamente, una necrológica, con lo que cabría decir que su carrera como periodista ha resultado capicúa, singular circunstancia de la que muy pocos podrían presumir, aún en el improbable caso de que lo pretendieran.

A los 15 años, hastiado de las injusticias humanas -algunas de las cuales seguían teniendo como referencia obsesiva los pechos femeninos-, decidió hacerse marxista-leninista. Los años siguientes tuvo que emplearlos en averiguar qué era eso que acababa de hacerse, a lo que contribuyeron decisivamente algunos esforzados miembros de la Policía política franquista.

A partir de lo cual, se dedicó con gran entusiasmo a cultivar el noble género del panfleto. Sin parar. A diario. Año tras año. Fue cambiando de punto de residencia, no siempre por voluntad propia -ahí merecen especial mención sus estancias carcelarias y su exilio, primero en Burdeos, luego en París-, pero jamás varió su inquebrantable afán de agitador político, que él pretendía haber adquirido, por absurdo que parezca -y sea, de hecho-, en la lectura de Los documentos póstumos del Club Pickwick, de don Carlos Dickens, y de las Aventuras, inventos y mixtificaciones de Silvestre Padarox, de don Pío Baroja.

Burdeos, París, Barcelona, Madrid, Bilbao, Aigües, Santander… Recorrió incontables sitios y holló innúmeros parajes sin parar de escribir, erre que erre. Zutik!, Servir al Pueblo, Saida, Liberación -y Mar, y Mediterranean Magazine- y El Mundo, y una docena de libros, y varias radios, y algunas televisiones… Por escribir, incluso escribió para otros y otras, ejerciendo de negro en momentos de particular penuria. También lo hizo a veces por amistad.

Movido por la lectura del Selecciones de Reader’s Digest y otras publicaciones estadounidenses tan aficionadas a ese género de operaciones, un día decidió calcular cuántos kilómetros cubrirían sus escritos, en el caso de colocarlos todos en una sola larguísima línea de cuerpo 12. El resultado de la estimación fue concluyente: ocuparían la tira.

En materia de amores (de la que sería injusto decir que careciera de alguna experiencia), también fue capicúa. Decía que las mejores mujeres, las más cariñosas y las más nobles con las que compartió sus días (sin desdeñar dogmáticamente a ninguna otra), le resultaron la primera y la última. Aunque la favorita le apareciera por medio: su hija Ane.

Y todo para acabar con algo tan vulgar como la muerte. Por parada cardio-respiratoria, como queda dicho. En fin, otro puesto de trabajo disponible. Algo es algo.
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Javier Ortiz, escritor y columnista, nació en Donostia-San Sebastián el 24 de enero de 1948 y murió ayer en Aigües (Alicante), tras dejar escrito el presente obituario.

viernes, 24 de abril de 2009

VUELOS HIPNÓTICOS.

Existe un lugar donde, tras quince minutos de pedaleo y una breve escalada, es posible apartarse de la ciudad, contemplar un horizonte limpio, escuchar decenas de aves afanadas en la tarea reproductora, y encontrarse con el silencio de la mera contemplación. También permite el asombro de sentir como ruido de fondo el murmullo metálico que surge de la urbe y en el que diariamente estamos inmersos. Y allí colgado, mecido por el vuelo de unos y otros, van pasando los minutos y las horas.

Tres imágenes para el fin de semana:

El humilde gorrión
El soberbio, y aún lejano, halcón

Y la belleza de la amapola

lunes, 20 de abril de 2009

TOMATES, NUECES, Y GALLINAS.

Montañas pasean por mi habitación cada noche

Lo que comenzó como un blog pedagógico fue, poco a poco, compartiendo contenidos con otros intereses personales y, desde el cambio de denominación del lugar y la pérdida de uno de sus pilotos, creo que ni un artículo ha abordado la cuestión educativa.

Es probable que la intensidad emocional del año escolar me haya dificultado notoriamente escribir sobre ello. Es posible. Es posible que la terrible desorientación de estos meses pasados no haya permitido hablar de casi nada con criterio o con ilusión.

Dos cambios sustanciales están ocurriendo:

Por una parte, tras ocho meses de clases (ocho meses sin saber qué hacer), estoy comenzando a atinar en las sesiones. Al menos, voy atisbando qué puedo hacer con cada grupo, lo que significa que la clase funciona y yo vuelvo a recuperar el placer en mi trabajo. En algunos casos, lo aprendido en este tiempo significa aceptar con calma el exiguo margen de acción que algunos grupos permiten (escasas o nulas posibilidades motoras, grandes discapacidades sensoriales, etc.) y trabajar pacientemente sobre tal margen. En algunos casos comienza a surgir cierta complicidad que otros años ha constituido el origen de un buen porcentaje de la felicidad escolar.

Por otra parte, una persona especial ha comenzado a trabajar en mi colegio. Con quien he compartido ya un tercio de vida trabaja ahora en la sala contigua. Supongo que se está gestando una historia curiosa, bonita y extraña, que tendré que contar si alguien me consulta acerca de mi trabajo una vez esté jubilado, mientras ajusto las tomateras, observo el nogal, y recojo los huevos de las gallinas.

viernes, 17 de abril de 2009

SOBRE LA VANIDAD, LA SINGULARIDAD, EL DIOS DE LOS ESCARABAJOS Y LAS RANAS.


Me resulta apasionante seguir los debates y ensayos que elucubran acerca de la especial naturaleza de nuestra especie (recuerdo ahora, por cierto, una interesantíma La Naturaleza Humana, de Jesús Mosterín), de nuestra excepcional diferencia con (el resto de) los animales, de nuestra exclusiva capacidad racional. De nuestra superioridad, en definitiva. Es asombroso y divertido conocer la historia de esta comparación egocéntrica e interesada desde tiempos remotos y cómo va adaptándose y cambiando a medida que los descubrimientos científicos la van dejando en sonrojante evidencia.

El hombre continuamente ha buscado su singularidad en el entorno en que ha vivido, intentando establecer una descripción de su mundo que siempre le ha resultado absolutamente favorecedora, bien autoproclamándose la especie inteligente, bien atribuyendo condiciones especiales a distintos elementos de su vida (la astronomía ha desenmascarado toda una serie de falsas creencias en las que sucesivamente los humanos situaban su planeta, su sistema solar, o su galaxia en el centro y lugar fundamental del Cosmos, por ejemplo; supongo que las guerras donde un país se autoseñala superior a otro son parte de lo mismo), pero la evidencia científica pone al descubierto su vanidad y le obliga a formular otros supuestos más refinados, e igualmente falsos. A este respecto, son divertidas algunas preguntas, y sus posibles respuestas, que se pueden formular relacionadas con algunas de nuestras singulares singularidades, como la religión: por ejemplo, las razones que llevan a un Dios a fijarse en una especie tan normal, entre millones, dentro de una galaxia tan normal, entre otros miles de millones de galaxias normales con miles de millones de sistemas solares normales. O a preguntar, sencillamente, si las ratas también tienen su cielo y su salvación particulares, o quedan fuera de este juego. O incluso los simpáticos escarabajos ¿qué ocurre con ellos al morir?. ¿Tiene tiempo Dios para ocuparse de los coleópteros?.



Nada, únicamente intento percibir la vida con los ojos de una rana bermeja de un fascinante valle pirenaico en pleno celo, preocupada por subirse sobre una buena hembra, copular con ella, y apretarle las entrañas para que suelte los valiosos huevos que permitirán asegurar la continuidad de su material genético, o con los de un intrépido sarrio que únicamente piensa en cómo pasar otra noche a cinco grados bajo cero cuando ya lleva varios días mojado por la lluvia y congelado por la ventisca en medio de montañas y silencios abismales. Y son percepciones interesantes, no crean.



lunes, 13 de abril de 2009

SOBRE CIERTOS INSTANTES EN PEÑA OROEL Y UN PAR DE PENSAMIENTOS.

Frangmento de la visión.

El desarrollo sostenible y el buen uso del agua eran los pilares de la Expo dos mil ocho, que se construyó tras destruir un soto de gran valor natural en torno a un río cada vez más contaminado y maltratado para finalmente albergar un gran centro empresarial. El apoyo a la agricultura es, como ha indicado hoy la vicepresidenta de gobierno español y el alcalde zaragozano, uno de los argumentos fundamentales de la Expo Paisajes dos mil catorce. Para ello, el ayuntamiento ya planea recalificar la huerta del barrio de Las Fuentes, cambiar la tierra por cemento, y construir unos miles de pisos. Supongo que es fácil decirlo sin haber conocido otros sistemas abominables, pero la democracia me suena a cuento chino.

Sigo con interés la discusión sobre el aborto y el derecho a la vida de los embriones mantenida entre la iglesia, el gobierno, la oposición, …, y la misma sociedad. También sigo atónito los rituales religiosos de la santa semana. Observo incrédulo a esas personas que se declaran devotas, qué mal me suena esta palabra, del santo correspondiente, a las que caen rendidas entre sollozos tras el paso del vehículo del santo, a los que se castigan el cuerpo para alcanzar mayor conexión mística en días de penitencia, …; tanto una como otra, igual que el resto de evidencias, me conducen a los mismo: ni una persona en el planeta tiene la mínima idea de qué es la vida, qué significa estar vivo, por qué y para qué vivimos, de modo que la mayor parte de estos comportamientos y discusiones me parecen puro artificio, entretenimiento, apariencia, un teatrillo para pasar un rato mientras seguimos nuestros caminos desorientados. Consciente o inconscientemente.

Leer sobre astronomía y leer a autores como Carl Sagan siempre me conduce a una especie de trance mental que supone un estado de conciencia diferente, en el que un tipo de pensamientos especiales apartan a los habituales dando lugar a un estado difícilmente calificable: una especie de ensoñación, una especie de vuelo donde puedo sentir lo que quizá sea parte del eco de la danza cósmica, representada desde hace unos quince mil millones de años. Irremediablemente, las preocupaciones y anhelos humanos se diluyen al instante ante la grandeza y oscuridad del Universo, ante sus distancias, tamaños, giros, atmósferas, materiales, atracciones, temperaturas, velocidades, explosiones, gravedades. Es ante este mundo desconocido donde el hombre encuentra con mayor claridad su auténtica y ridícula dimensión. Es probablemente lo único sobre lo que aún no poseemos capacidad destructiva y que todavía no hemos estropeado, aunque lo intentemos con la ingente y creciente basura espacial.

Peña Oroel, refugio de un prófugo.

El martes subí por el puerto de Oroel y me detuve bajo la peña del mismo nombre. Las chovas, buitres y quebrantahuesos atrajeron mi atención hacia ella. Cambié mi rumbo y comencé a subir la pedregosa y empinada ladera esquivando los ariscos pinchos de las aliagas y los erizones. En los últimos tramos, cada vez más verticales, los arbustos de boj y los avellanos me permitieron avanzar. Finalmente, tras una breve escalada pude acceder a una amplia cueva en la base de la pared de la cara sur de la Peña Oroel. Allí sentado, con las piernas colgando ante unos ciento de metros únicamente compuestos de aire, pude contemplar las montañas más occidentales de Pirineo aragonés, con el añorado Ansó en sus entrañas, el entorno natural de San Juan de la Peña, y el horizonte que se pierde hacia las Altas Cinco Villas y la cercana Navarra. En ese punto, más alejado del mundo y más cerca del cielo, pensé en el espacio, en los planetas girando y alejándose a luminosa velocidad en todas direcciones, en el silencio absoluto, en la oscuridad milenaria. Sentí que había llegado al lugar que buscaba desde hacía meses. Al bajar, ya con la luz de los sueños, me sentí profundamente agradecido.