miércoles, 20 de enero de 2010

DOS PEQUEÑAS HISTORIAS. DOS IMÁGENES.

Sin embargo, esta vez no habrá foto.

Ya es de noche y estoy en un pequeño rincón oscuro del recreo de un colegio en un extremo de la ciudad. Frente a mí se muestra un gigante urbano de luz y ruido, arriba aparece una magnífica luna creciente inmersa en sus ocupaciones cósmicas. Desde mi cobijo puedo contemplar a un grupo de diez músicos que ensayan con instrumentos de percusión; su sonido es contundente y agradable. En una de las pausas les dedico unos aplausos y saludo a uno de ellos. Es un alumno de la escuela que tenía ilusión por que fuera a verle. De lunes a viernes vive en la residencia del centro, está apuntado a esa actividad fuera del colegio y cada miércoles acude a ensayar con sus compañeros. Mientras le observaba y la Luna nos miraba de reojo, ha surgido una sonrisa impropia de este lugar. Ha sido una sonrisa rural, así que he marchado contento a casa.

La otra se refiere a un momento vivido unas horas antes. Al acabar la clase de la tarde, el alumno Potter, Harry de nombre, ha entrado a su clase para recoger los bártulos y ha exclamado con su acento maño: “¡madre, qué bien me lo he pasao hoy!. He considerado que ya tenía Otra Razón Para Ser Maestro, me he quedado pensativo y ya en casa he recordado otro asunto relacionado. Estos días estoy teniendo reuniones con cada una de las tutoras de cada clase para exponerles los objetivos individuales planteados con cada alumno este curso. Para una de las clases estimé la opción de plantear con algunos niños un objetivo tan sorprendente como “conseguir que alcancen la mayor felicidad posible durante las sesiones”. Lo consulté con la tutora y le pareció totalmente oportuno. Algunas discapacidades motoras o cognitivas implican consecuencias muy negativas en la vida de los niños (dolores, deformaciones, visitas frecuentes a médicos y hospitales, escasez de juegos y experiencias agradables “típicas de niños”, etc.), por lo que teniendo en mi mano la opción, pensé que una hora de sonrisas y alegrías semanales tenía sentido incluso planteado y programado formalmente. A menudo se considera la educación física una asignatura sin valor, vacía, débil. Yo os lo muestro al revés: ¿no os parece una herramienta formidable aquella que permite ofrecer, además de otros elementos pedagógicos, ese tiempo de felicidad?, ¿no es acaso lo más importante de lo que puedo plantear en mis objetivos anuales?. ¿Por qué esto no es transferible a la escuela ordinaria, donde mis compañeros probablemente se reirían si les mostrará un objetivo de tal naturaleza?. La educación física incide sobre una parcela personal hoy en día descuidada y maltratada, pero que sigue provocando alegría, motivación, y satisfacción en los niños, y ese es quizá uno de sus valores principales. Por eso siento gran satisfacción de poder utilizar en educación especial esta cualidad magnífica que cobra pleno sentido cuando la mayor parte de los niños esperan que llegue el momento en el que nos encontraremos en la sala … y comenzaremos a sonreír.

Creo haber aprendido que en educación especial suele prestarse atención a lo esencial.

Seguimos.

domingo, 10 de enero de 2010

IDEAS PREVIAS A UNA SEMANA QUE COMIENZA Y POSIBLES INSTRUCCIONES PARA SU CUMPLIMENTACIÓN.

Piedras realizando el esfuerzo de mantener la posición. Algunas ya sucumbieron.

Si alguien necesita una algún tipo de sacudida en la conciencia, quizá pueda sentirla leyendo a Rodolfo Llinás, neurobiólogo y uno de los más reputados científicos internacionales en la actualidad. Pueden abrir boca con esta entrevista o con estas otras.

Tras leer asuntos sobre la conciencia, el alma, el cerebro, y el resto de sus explicaciones nítidas y precisas, cuesta trabajo volver al mundo real (¿real?) y encarar nuevamente el esfuerzo por dar sentido a las cosas. Al menos sin sentir la extraña sensación de ser un extraño dentro del propio cuerpo. Supongo que los surrealistas Cronopios y Famas de Cortázar colaboran en la ensoñación.

Hace tres días comencé una sesión comentando a la auxiliar que acompañaba al grupo mi sorpresa absoluta por el torbellino de emociones, situaciones extrañas y variadas, nudos en el estómago, y palabras entrecortadas que suponía trabajar en ese centro. Ella sonrió y respondió que cada día hacía más indescifrables mis mensajes. También hace unos días una compañera me dijo que nadie está preparado para trabajar en educación especial, que lo único útil consiste en una actitud de aprendizaje constante y convencimiento para implicarse hasta las entrañas y trabajar más de lo habitual. Y quizá se entiendan mejor estas dos anécdotas al considerar que durante los últimos cinco días de trabajo han ocurrido cosas como que un niño como un ratón, de cinco años, me pidió a mitad de sesión, absolutamente serio, si le podía dar cerveza; otro niño sufrió una crisis epiléptica en mitad del recreo; una de las clases consistió en estar continuamente levantando niños del suelo, pues tenía más ganas de dormir que de moverse; en varias ocasiones mantuve charlas con compañeros en las que por los temas peliagudos tratados estuvimos conteniendo las lágrimas durante un tiempo; rellené un informe que servirá a un médico para decidir si debe dar medicación a un niño con posible hiperactividad; con varios niños sin comunicación oral mantuve una conexión especial es la piscina, donde la comunicación se resolvió con la mirada, las sonrisas, y las caricias; recibí golpes variados, cientos de besos, muchos abrazos y decenas de bromas; tuve miles de reuniones para tratar distintos casos individuales y plantear mis objetivos con los alumnos de dos clases. Y algunas otras cosas para finalmente llegar al viernes, acudir a la cama a las nueve y considerar seriamente si tendré fuerza para llegar a final de curso.

Todo esto tras considerar que nuestra conciencia, nuestra alma, el yo, nosotros, no es sino un estado funcional concreto de un conjunto de neuronas cerebrales que actúa acompasadamente. Unas neuronas que simplemente se encargan de dirigir un organismo al parecer creado a voluntad de los genes (egoístas) con el único objetivo de su autorreplicación y supervivencia. Creo que ya puse ahí arriba lo de “si alguien entiende algo…”.

Haití, información y colaboración: Cruz Roja; Intermón Oxfam, Médicos sin Fronteras.

LA VERSIÓN FRUSTRANTE DEL ETERNO RETORNO O EL VOLVER A EMPEZAR CADA DÍA DESDE EL PRINCIPIO.

Sabinas, Beceite y al fondo el Pirineo. Hacia atrás, el mar. La vista es maravillosa.

He estado a punto de desvelar un humilde y subconsciente secreto, pero no es momento. Es necesario esperar a mayo. Entonces iré al lugar concreto, les haré una foto bien hermosa, la pondré aquí y les contaré la historia. Y luego, si ella quiere, abrirá la puerta con olor a madera.

En la escuela ya estamos en el segundo trimestre. Han pasado fatigosa y, a la vez, rápidamente cuatro meses de curso, y ahora avanzamos por el que debería ser un trimestre en el que ya están bien asentados los cimientos del curso. Sin embargo, siento que estoy igual que el primer día, que cada sesión es un reto inabarcable, que no sé bien qué haré con esta clase o con aquella, que los compañeros ayudantes en la sesión no observarán sentido en lo que hacemos. Lo realizado en el primer trimestre y en el curso anterior, no son sino intentos desesperados de salvar el día, la semana, y el mes. Al no haber un soporte administrativo y curricular para el área de educación física en educación especial, al no tener la formación necesaria para atender a necesidades y niños tan diferentes, al no haber apenas bibliografía específica, no soy capaz de articular y cimentar una asignatura coherente que me permita una progresión seria y rigurosa, y por eso siento cada semana, cuando llega el domingo y pienso qué puedo hacer, que vuelvo a construir un castillo de arena provisional para cinco días, que será derribado de nuevo el viernes, y que no me ofrecerá demasiada ayuda sobre qué hacer la siguiente semana. Dicho de manera más clara, pues cada día mi lenguaje se está enredando al mismo ritmo que mis pensamientos, cada lunes vivo la misma incertidumbre e idéntico desasosiego que el anterior. Mi trabajo de hoy no me sirve apenas como apoyo para el de mañana. Y esto resulta absolutamente frustrante.

Y ahora seguiré pensando qué hacer dentro de diez horas. Que trabajen bien.

LA MUERTE.


Supongo que no es una de las imágenes más bonitas que he mostrado en el blog (no inclinen la cabeza hacia la izquierda, pues en formato vertical el rostro de la oveja aún resulta más expresivo), pero ha sido necesario incluirla dada mi fascinación por la vida y, en consecuencia, por la muerte. Las lecturas de los mejores filósofos y científicos muestran un panorama desolador para el que busca algún tipo de aclaración sobre el misterio de estar vivos, de morir, de existir y de no existir. Lees creyendo que alguien te mostrará una idea luminosa, como en tantos otros temas, pero finalmente comprendes que nadie la escribirá porque todos compartimos la misma y terrible confusión, aún expresada de muy distintos modos; religión, por ejemplo. Por eso, la contemplación de esa oveja que en unos minutos desapareció engullida por los buitres pirenaicos o de cualquier otro ser vivo que ya ha perdido el atributo vital me causa conmoción y atracción.

Los átomos que formaban su cuerpo ahora formarán parte de otro y su conciencia de oveja habrá desaparecido con cada uno de ellos. Pienso…y me acaban resultando ridículas la mayor parte de las ocupaciones y preocupaciones que uno tiene a lo largo de día.

En todo caso, no añadiré más, pues en nuestra civilizada cultura occidental la muerte resulta asquerosamente sucia y es mejor esconderla mientras podemos.

viernes, 1 de enero de 2010

LA NOSTALGIA DEL TIEMPO NO VIVIDO.


Avisaré en primer lugar que este artículo está escrito a medias entre el perro Tastavín y yo. Él ha puesto las ideas y yo las he tecleado, puesto que aún escribe demasiado despacio.

Simplemente sentimos la necesidad de poner palabras a algunos sentimientos surgidos tras un pequeño viaje por las montañas del Matarraña.

La emoción más intensa se refiere a la nostalgia sentida al transitar por cada una de las masías que jalonan cualquier recorrido por estos parajes. Una simple paridera, un refugio de pastores, siempre nos han parecido un ejemplo maravilloso de un pasado cercano muy distinto, esforzado, simple y bello, pero, en muchos de estos casos, las masías son complejas edificaciones de enorme belleza. Tras contemplarlas de cerca, observar sus paredes en costoso equilibrio, sus techos ya caídos o quebrados, tocar cada una de sus piedras, cuesta trabajo creer que en tan pocos años (la mayoría han sido abandonadas hace menos de cuarenta o cincuenta años) se esté dejando desaparecer obras que fueron objeto de trabajo y dedicación durante siglos y ofrecieron cobijo a tantas generaciones. No acertamos a entender por qué no forman parte del patrimonio etnológico del territorio y son cuidadas como un bien muy preciado. En diez años probablemente serán pocas las paredes que mantendrán la verticalidad. Este abandono de la realidad siempre nos resulta paradójico cuando observamos la profusión de centros de interpretación donde se intenta mostrar y alabar esa realidad maltratada. De igual modo sentíamos cuando observábamos los tremendos y ya olvidados bancales ganados a la ladera a base de mucho trabajo, o los miles de piedras colocadas en escrupulosa armonía para sujetar ribazos o separar campos y que hoy se amontonaban en exageradas montañas que parecían exclamar por su abandono y descuido. Finalmente, sentimos un gran privilegio de poder refugiarnos de la lluvia y el frío y pasar una noche en una de estas construcciones derruidas, al calor de un fuego que quizá no alumbraba y calentaba desde hacía décadas.



Para describirles la segunda de nuestras emociones utilizaremos nuestra primera visita hace dos días al centro comercial Plaza. Nada más llegar sentimos el impacto violento de su tamaño inmenso, sus luces destelleantes, los carteles estridentes incitando a la compra, los miles de personas en frenético movimiento, los coches que entraban y salían sin cesar, y el monorraíl que conecta las dos naves del centro y que parece una imagen extraída de una ciudad gigante extranjera o de dibujos animados. Justamente lo que deseamos transmitir de nuestros días de paz es todo lo contrario: la sencillez. La sencillez durante el día, donde todo se limita a caminar, sentir, pensar, caminar; la sencillez en el comer; la sencillez en el descanso; la sencillez en los actos. La sencillez en la vida, en definitiva. Quizá la soledad acentúe este sentimiento, puesto que las miradas y los pensamientos, una vez contemplado el paisaje, inevitablemente se dirigen hacia dentro de uno mismo. Escribimos esto con énfasis porque la sencillez es probablemente uno de los valores de los que sentimos una mayor necesidad y que motivaron la travesía que ahora contamos.


Un hecho muy importante, estrechamente ligado a la idea de sencillez y que nos resulta muy difícil de describir, consiste en lo sentido al estar los acontecimientos diarios marcados por los ciclos naturales del día y la noche. Despertar al amanecer, buscar refugio al atardecer y manejarte en la oscuridad, …, nos ha acercado íntimamente a lo natural, a un mundo ajeno a la artificialidad de nuestra vida cotidiana, donde los sentidos dormidos cobran vida, y donde se puede sentir una conexión especial con el entorno y con la vida con la que se comparte espacio.

En último lugar, nos gustaría decir que nuestro camino encontró su inicio y su final en Peñarroya de Tastavíns, que es uno de los seis o siete lugares a los que estará unida nuestra vida al final de la misma, que sin duda deberá ser considerado cuando alguien piense en nosotros y que permite encontrarnos con los niños con los que compartimos felizmente un buen pedazo de nuestra vida, que cada visita nos vuelven a sorprender con su cariño, sus juegos, y sus sonrisas. Así, pusimos fin a unos días maravillosos con estos niños que nos hicieron marchar con una enorme felicidad dibujada en la sonrisa, y con la promesa de volver muy pronto para compartir otro pequeño instante de vida en esas montañas esforzadas y solitarias.