martes, 24 de enero de 2006

(Jose, el maestro de infantil acaba de ser padre: enhorabuena y feliz camino).

Cada época, cada fase de la vida, …, se guardan en la memoria de una manera concreta, de forma que al evocarlas sientes un cúmulo de sensaciones, de olores, de imágenes. Me pregunto cuáles serán estas imágenes y recuerdos que yo evocaré en el futuro recordando este año.

Acabo de dejar la pluma sobre la mesa. La pluma es un regalo de mi hermano Pablo. Un hermano muy peculiar, y al que, por esas cosas que tienen los sentimientos, quiero tanto que ni el muy tonto se lo imagina.

Con la pluma he escrito mi particular idea para el coleccionista de deseos. Y el caso es que mientras escribía cada palabra, recordando el placer que nunca disfrute de mojar la pluma en el tintero, de detenerme en cada trazo, de volver a mojar la pluma, …, he recordado el famoso libro La Ciudad de los Niños.

Una de las ideas rescatadas de ese libro, supongo que cada uno rescata lo que buenamente puede, se refiere a la velocidad. A cómo estos tiempos nos han dado grandes máquinas capaces de hacer trayectos muy rápidos, pero que, a la vez, nos han hecho perder el interés por el trayecto. Ahora todo es rápido, o debe serlo, todo es o debe ser un producto final rápido y eficaz. Se acabó el proceso, el disfrute y el aprendizaje durante el mismo, no sirve. Son los viajes, es la escritura, es la comida, es el ritmo de vida, es la vida misma. No entiendo por qué añoro tantas cosas que no he llegado a conocer.

Creo que cada día esta escuela me gusta más porque supone ese pequeño rincón en el que puedo hacer, por arte de magia, que los ritmos sean un poco más parecidos a esos que tanto añoro.
Gracias por la pluma, Pablo.