miércoles, 18 de julio de 2012

MACROECONOMÍA PARA APICULTORES INTRÉPIDOS.


Uno de tantos...

Hoy buscaba un libro por la ciudad, pero sólo encontraba bares. Dada su abundancia, he pensado que quizá en alguno de ellos pudieran tener, junto a los tabacos o las cervezas, el ejemplar que buscaba. El camarero me ha mirado malhumorado, así que no he insistido. Supongo que no le gustaba la literatura de viajes. Supongo que si hubiera tantas librerías como bares Rajoy no gobernaría y seguro que un librero amable sí nos pondría un vino o un gin tonic.

«La apicultura intensiva hace los oportunos ciclos de recolección en la montaña y, cuando llega el momento de descanso del enjambre, lo trasladan hasta la playa para que siga trabajando y haga nuevos ciclos de producción. Por otra parte, retiran hasta la última gota de miel para la venta. Esta miel, que es el alimento del enjambre para pasar el invierno, es sustituido por jarabes y preparados azucarados industriales. Pienso para abejas, en definitiva.»

Hace unos días un hombre me recogió en la carretera y me habló sobre la política internacional y sobre las abejas. Aproveché para comer el bocadillo de tortilla que me habían regalado y escucharle atentamente. Afirmaba que estamos haciendo con las abejas lo mismo que hacemos con nuestra sociedad (o quizá al revés): buscar el máximo rendimiento a toda costa y olvidarnos de aspectos esenciales. De ser trabajadoras y colaboradoras estrechas de nuestra especie, cambiamos la relación hasta hacerlas esclavas firmemente explotadas. Se reía de las enfermedades y penalidades que afectan a las abejas en los últimos años. ¿Qué esperamos cuando las maltratamos de tal modo? Mi amigo pasiego decidió hace tiempo apartarse de la locura y vivir en un pequeño pliegue de la realidad.

Le escuchaba hablar sobre sus abejas, sobre la apicultura industrial, sobre la economía nacional, y no dejaba de estremecerme al observarme como esa pobre abeja que dobla turno de trabajo y recibe en recompensa un sucedáneo azucarado que elevará su rendimiento. De hecho, el avispón tropical ya nos está comiendo.

Parece sencillo entender que hay que respetar los ciclos y los ritmos naturales, que lo contrario lleva a situaciones difíciles, sin solución favorable en muchos casos ¡Los niños de primero de primaria lo entienden! Pero la realidad parece demostrar que no es tan sencillo, y quien necesite una prueba sólo tiene que echar un vistazo a las abejas, a las vacas, a la agricultura, al telediario o a su ciudad.

Si recorren algún trozo de España en su variante rural, observarán que buena parte de las escuelas exhiben carteles pidiendo un poco de clemencia, ayuda, o simplemente decencia. La ecuación es bien sencilla: la escuela rural exige más recursos por niño que la escuela urbana, englobando además una porción de votantes no muy grande. Añadamos que la educación y la cultura no están entre las prioridades de los que gobiernan el país. La escuela es el alma de los pueblos pequeños, por lo que el golpe es tremendo.

Después de despedirme del apicultor, en un momento de la travesía en que caminar hacia adelante dejó de ser posible, probé a caminar un tiempo hacia atrás. Tras unos pasos, consideré que quizá caminando de este modo a los humanos nos iría mejor. Algo tendremos que hacer.

domingo, 1 de julio de 2012

LA LUNA Y LOS NIÑOS.


Es la una de la madrugada. Conduzco hacia Zaragoza con mi casa metida en el coche. El perro Tastavín está acurrucado entre varias cajas de libros y una rueda de bici. Hace un par de horas he cerrado la puerta de la casa y he dicho adiós a siete u ocho niños que han esperado hasta el final paras despedirme. Algunos lo han hecho mientras lloraban. Les he dado un abrazo y he partido con un nudo en la garganta y otro en la cabeza.

Está sonando la radio. Se alternan las noticias sobre la destartalada economía, las cumbres de alto nivel donde gente muy lista decide quién pasa hambre y quién vive entre lujos, y las de fútbol, que tratan sobre sentimientos y emociones trascendentes, según parece.

Estoy aturdido. He dejado mi centro en medio de un revuelo terrible por la reciente noticia de la reducción de diez maestros. Un tercio de la plantilla. La situación para los niños será terrible. El trabajo de los maestros se multiplicará hasta hacerlo realmente difícil. Muchos maestros anticipan resignados el abandono de proyectos: la revista de la escuela, las actividades internivelares, las excursiones. Será difícil hacer horas extra por voluntad propia cuando los superiores muestran tal desprecio. Niños agrupados con sus compañeros del ciclo que pasarán a estar con compañeros de toda la etapa, clases atendidas por multitud de maestros que entran unas pocas horas hasta completar el horario. La escuela rural queda herida de gravedad. Por extensión, también los pueblos, cuya capacidad para atraer y mantener población con servivios básicos cada día más menguados y viviendas a precio inalcanzable (con medios decentes, se entiende) queda reducida drásticamente.

La radio sigue diciendo que las instituciones públicas son insostenibles, que hay que reducir, ahorrar, racionalizar. Que hemos vivido por encima de no sé qué posibilidades. Que los bancos no sé qué, que las agencias de calificación no sé cuál. Rápidamente otro cambio: el equipo de fútbol mantiene a todo un país ilusionado, repiten hasta que todos acaabamos por creerlo. Me sorprendo por mi frialdad, pues no consigo dar con la ilusión desmedida. Al contrario, espero que acaben cuanto antes para que algunas miradas puedan enfocar hacia el mundo real.

Ya estoy cerca de casa. En el cielo aparece una Luna casi llena radiante. Se muestra espectacularmente nítida. Tan nítida que me hace sentir vértigo. Me mareo al mirarla y sentir que estamos en frente de ella, en otro pedazo de roca y agua que viaja por el Universo. La radio sigue con sus cosas y me acuerdo del memorable Carl Sagan, cuando a la vista de la Tierra desde una lejanísima sonda espacial reflexionaba sobre las guerras, odios, atrocidades…, cometidas en ese diminuto y lejano pixel azul con la finalidad de controlar un pequeño fragmento de su superficie.

Continúo mirando la Luna hasta llegar a casa. Pienso en los niños de los que me he despedido hace unas horas y espero que las personas que organizan y determinan sus vidas sean capaces de mirar más hacia el cielo y menos hacia sus pies.