miércoles, 6 de junio de 2012

LA POBRE ESCUELA PÚBLICA. CARIÑO Y SONRISAS PARA APRENDER JUNTOS.


Cuando la realidad es gris y mediocre resulta relativamente sencillo colorearla con palabras bonitas y frases sugerentes. Sin embargo, si la realidad es realmente espléndida puede resultar muy complicado que las palabras dibujen la situación con toda su intensidad y sus matices. Este es el caso y espero que las líneas que están a punto de nacer sean las que merece la experiencia vivida durante el fin de semana.

Son las tres y media de la madrugada del sábado. No me puedo dormir, decenas de imágenes me asaltan atropelladamente. Estoy en la escuela, sobre el suelo de madera. Levanto la cabeza y compruebo que los trece niños duermen. En la clase contigua hacen lo mismo ocho niños y otros tantos adultos. Hasta el momento, todo ha transcurrido a la perfección. Vuelvo a lanzar una mirada a través de la oscuridad y el silencio de la clase (espacio que difícilmente observamos de este modo); vuelvo a observar a los niños que descansan y me siento profundamente afortunado. Pienso que debo guardar esta emoción con la mayor nitidez posible para contarla en este diario, pues quizá condense la esencia de estos dos días. Vuelvo a cerrar los ojos e intento dormir. Mañana hay mucho por hacer. El filósofo y perro Tastavín duerme a mi lado. Igual que yo, es muy feliz en la escuela y le encanta estar con los niños.

El viernes recibimos a nuestros compañeros de la escuela Jean Piaget de Zaragoza. Nos devolvían la visita que el año pasado les hicimos nosotros. Ahora culminaríamos en nuestro pueblo los dos años de relación. Ejercían de anfitriones los niños de segundo, cuarto, quinto y sexto, que son los que han colaborado de un modo u otro con la escuela zaragozana. Durante toda la semana hubo muchos nervios e ilusión por el encuentro.

A la vista de algunas dificultades organizativas, decidimos realizar el encuentro durante el fin de semana, lo que exigía el esfuerzo de las familias que tenían que viajar con los niños y de las familias del pueblo que, de un modo u otro, debían atender a los visitantes.

Ha habido muchos momentos magníficos. Situaciones que dan sentido a un curso entero y al trabajo del maestro. Poder compartir una actividad con los compañeros piagetenses en un lujo incalculable, pues son ejemplos andantes de esfuerzo y entrega, de capacidad e ilusión por cumplir la frase de inicio de curso («toda acción estará destinada al máximo beneficio de los niños»). Comprobar el comportamiento exquisito de los niños, sentirse orgulloso de ellos por su actitud e interés. Observar una clase a las doce de la noche llena de colchones por el suelo y de niños contentos por dormir juntos en su escuela, volver a sentir el enorme cariño de los niños piagetenses, disfrutar de momentos donde en un corro improvisado y casi a oscuras los alumnos escuchan absortos las explicaciones de dos maestras luminosas. Valorar el esfuerzo de las familias y su colaboración por llevar a buen puerto este encuentro. La comida final, con los niños jugando, las familias charlando. La despedida intercambiando teléfonos, emociones y agradecimientos.

Ha sido un placer sentir estos dos días que la escuela es un lugar intensamente vivo, un espacio abierto a los niños y a sus familias. Un lugar de encuentro capaz de generar experiencias cargadas de aprendizajes valiosos para el proyecto personal de los alumnos y de los adultos que estamos con ellos. Creo que con experiencias como esta o similares tenemos un recurso pedagógico de valor incalculable y apenas utilizado. Hay mil escuelas en toda la comunidad que plantean el espacio ideal para que maestros con ánimo vayan un poco más allá de lo obligatorio.

Hoy hemos recordado todo lo vivido durante la convivencia, aprovechando que lo contábamos a la tutora de 5º y 6º que no pudo estar presente. Todos los niños tenían mil anécdotas llenas de sorpresa, curiosidad, emoción o afecto. Igual que el año pasado, todos han quedado marcados por la experiencia. He querido concluir dándoles las gracias y la enhorabuena por haber contribuido a un resultado final excelente. También les he dicho que aprender y huir de la ignorancia es el mejor remedio para una vida respetuosa con los demás. También el primer paso para disfrutar del Mundo increíble que tenemos delante de nuestra nariz. Que apostaría cualquier extremidad de mi cuerpo a que ellos ya nunca en su vida tratarían con desprecio a una persona discapacitada, sino que sabrían valorar las virtudes que, como cualquier otra, posee. Y solo esto último ya es mucho.