lunes, 12 de mayo de 2008

APAÑANDO (ME).


Dentro del juicio constante al que estoy sometiendo las circunstancias que rodearán mi vida el curso próximo, agrupándolas en el conjunto de las buenas o en el de las malas (o muy malas), me alegra enormemente que dejar de ser tutor significará que mi relación con las familias de los niños se reducirá drásticamente. En pocas palabras, estoy harto del pasotismo y la indiferencia de muchas hacia los temas que afectan a la escuela, a la clase, y a sus hijos.

Muchos de los niños de clase comulgaron ayer, por lo que hoy algunos no han venido durante la mañana porque debían recuperarse del jolgorio. Lo mismo ocurrió en las fiestas del pueblo, donde las familias añaden un día festivo por su cuenta para que los niños, con su hipotética resaca infantil, puedan sobreponerse. En mi juventud las comuniones eran otra cosa más tranquila y no necesitábamos tal día de retiro. Quizá hoy el espíritu santo penetre en los indefensos cuerpos con mayor vigor y los deje aturdidos. El caso es que muchas dinámicas de la clase se ven perjudicadas y, además, el ejemplo que se da a los niños me parece demoledor.

Por otra parte hoy comenzábamos la unidad de bicicleta en EF. Envié una nota en octubre avisando a las familias sobre el contenido del curso en esta asignatura, enfaticé la importancia de que materiales como los patines o la bicicleta estuvieran decorosos para su empleo, o que me avisaran para buscar una solución en caso de que no tuvieran medios para conseguirlos (si he conseguido bici en una semana para las dos niñas recién llegadas, cualquier otro problema se hubiera podido solucionar). Lo mismo hice en la reunión del primer trimestre, y algunos rieron por mi aviso con más de seis meses de antelación. Pues, para mi inocente sorpresa, hoy he pasado cada una de las dos horas de las sendas clases de EF del día hinchando ruedas, reparando pinchazos, corrigiendo alturas del sillín, engrasando cadenas, apretando tuercas, ajustando frenos, ajustando correas del casco, etc. Ni el 10% de las familias se han tomado la más mínima molestia para que sus hijos, y los demás por extensión, tuvieran las mejores clases posibles, o incluso las mínimas condiciones de seguridad (frenos, casco, etc). Varios niños han venido directamente sin el material, por olvido o por ausencia del mismo, y otros con unas bicis desastrosamente grandes o pequeñas, hasta el punto de imposibilitar completamente la actividad. Es aquí cuando una madre, al acabar la sesión de la tarde y marchar para casa, me ha dicho con aparente enfado, contrariada cuando menos, que me apañara, que ahora no iba a comprar una bici, y que su hijo ya crecería.

Creo que nos confundimos, y que no es el maestro el que se tiene que apañar precisamente.

Hoy ha sido un día redondo en la escuela.