lunes, 12 de marzo de 2007

PALABRAS SENCILLAS.

María es una niña de infantil. Apenas he entrado en su aula tres veces en todo el curso. Hoy por la mañana nos sorprendía su aparición en clase junto a su madre. Nos han dicho que venían a dejarnos unas cosas que Maria había encontrado en el monte el domingo y que había cogido pensando en nosotros, en dárnoslas el lunes. Venía acompañada porque le daba vergüenza entrar sola. Le hemos dado las gracias y me he sorprendido de que una señora tan joven haya tenido ese interés y ese gesto tan bonito y desinteresado.

El blog se llama como se llama por culpa del libro de José, por la introducción de Severino Pallaruelo, como ya constaté en el escrito con el que nacimos cibernéticamente (octubre de 2005, qué curioso y desagradable leer pensamientos tan lejanos). La semana pasada pensé mucho en las palabras sencillas. Ya rondaban por mi cabeza, pero tras la visita de los forestales lo constaté. En primer lugar, no me gusta que las actividades que aquí se hacen sean para todo el CRA, sin apenas libertad organizativa por mi parte, como la que disfrutaba el año pasado. Cuando se informó de su visita, consulté sobre el tema que iban a tratar, lo que no se me pudo contestar (“traerán algún cepo, y hablarán de… no lo han aclarado bien”). La cuestión es que la actividad me pareció un desastre, puesto que dentro del inagotable e incomparable baúl con el que cuenta, o podría contar, una persona que trabaja en plena naturaleza, se limitaron a traer cepos para atrapar diversos animales (explicando, eso sí, que estaban prohibidos), y a poner cuatro diapositivas de paisajes. El lenguaje durante la charla fue inaccesible para el auditorio (3-7 años), y los niños, que aún no cuentan con recursos para solicitar aclaraciones, pasaron ese rato cual vaca que contempla el paso del tren (en el mejor de los casos). Así que me planteo muy seriamente ejercer el mayor control posible en torno a las personas que se acercan a mis alumnos para contarles asuntos de la vida (aunque no dependa de mí…). Qué les vais a contar, y cómo lo vais a contar. Palabras sencillas y asuntos de nuestro interés, por favor. Y puestos a pedir, un poco de alegría y pasión por lo que se cuenta.

Para la historia de esta semana me he permitido una pequeña licencia, un pequeño experimento, una mínima trampa. Hemos decidido que “La Ciudad de los Niños” será el título de la historia, y tras explicarles algo de ese libro , de A. Tonucci, y de cómo podrían tejer sus historias, he planteado que quizá sería bonito que alguna persona mayor de su entorno (familiares, vecinos, amigos, …) participará también y nos brindaran su relato para ser leído en clase. Algunos se han sorprendido, pero seguro que más se sorprenden algunos adultos al ser requeridos como improvisados escritores. El asunto no es una mera probatina, tiene su sentido. Veremos el resultado.

Sigo recibiendo regalos, y los agradezco. A él, por su generosísima cita, ya le di las gracias, y las reitero; a la madre que acaba de marchar, por su amabilidad, y por hacer mi trabajo tan fácil; a mi hermano, porque, aunque le hubiera matado (y no descarto hacerlo),…da igual, aún no entiendes; a ellas, por ser eso mismo; al otro, por veintisiete años de estar siempre. A Ignacio, Abel, por sus palabras y amistad. En fin, gracias a todos. El barco sigue con buena tripulación (mantenemos a raya a las ratas que aparecen), con clima y rumbo favorable. Viajamos en busca no de una tierra, sino de un olor, de un sonido, y de una sensación.