miércoles, 22 de marzo de 2006

Desde principio de curso una idea me preocupa. Un compañero ya maestro nos avisaba: "ojo chicos: hay que trabajar mucho, que es muy duro, que acabas hecho polvo, que el lobo es fiero y feo, que ...". Y, hombre, que me sienta cada día más contento y más feliz en el trabajo me da que pensar. Igual soy un vago, y no hago mi trabajo como debiera. Igual debo hacer algo para sentirme un poco peor, más cansado. No sé, quizá trate de marchar a casa un poco más triste cada día.

Sigo pensando, y últimamente más, sobre qué es bueno enseñar. Sigo sin tener claro cuánto debo desviarme del programa formal en actividades más "innovadoras" (menos formales). No dejo de pensar que hay horas y horas empleadas en el único objetivo de hacer aprender algo y unos meses después ese algo se ha evaporado como un espíritu.

Sigo preguntándome qué queda después de esa evaporación para tratar de dirigirme directamente a ello, a lo importante, a lo que queda.

Luego también comprendo que aún dedicando el esfuerzo a un "algo" totalmente evaporable, siempre podrá haber efectos colaterales positivos: aprender hábitos de esfuerzo, de sacrificio, disciplina, etc. No puedo identificar ni a los malos de la película.

El no poder ver los resultados de la enseñanza hasta pasados unos años, y ni siquiera entonces porque podrán haber influido tantos factores que ya no se podrá establecer la causalidad exacta de cada uno, es algo que me fastidia enormemente, ya que no puedo contar con ese "lo has hecho bien" o "cuidado, lo has hecho mal". Y, claro, como esto es como es, tampoco cuento con un maestro veterano del que aprender cada día. Al menos siempre quedan unos cuantos con los que se puede contar para pedir un consejo. Gracias Mariano (otra vez).