lunes, 27 de marzo de 2006

La semana pasada charlamos en clase sobre algunas cosas relacionadas con los pueblos, con su progresiva pérdida de inquilinos. Y de una idea a otra, y aprovechando una foto guardada durante años en la memoria, hablamos de cómo algunos pueblos son convertidos en un paisaje fantasmal del fondo de un pantano. Algunos señalaron que, en ocasiones, como en el Pantano de Mediano, si las condiciones fluviales acompañan, se puede ver incluso la torre de la iglesia asomando sobre la superficie. Una tristísima imagen, coincidimos todos.

Los niños no comprendían que llegaran unas personas y pudieran echar del pueblo a sus habitantes, a las gentes cuyas familias allí vivieron durante cientos de años, y que esas fotos antiguas de un pueblo lleno de vida, de escuelas y niños, de trabajo (como vimos en la foto de la revista Gurrion), se convirtieran en agua, simple agua y lágrimas para los descendientes. Los niños no comprendían. Probablemente porque cosas así sólo la mente ya bien retorcida de un adulto puede comprender. Como con el dibujo de la boa que se había comido un elefante del Principito (un sombrero!).

Por otra parte, la visita a la ciudad, además de ayudarme a recordar el extraordinario mal olor reinante en la misma, me ha permitido volver a comprar abundantes libros. Mañana creo que mis alumnos pasarán una buena mañana descubriendo desde Historias Mitológicas hasta algún caso de Cuatro amigos y Medio, o podrán viajar incluso al Centro del la Tierra. Los cien euros del Ayuntamiento de Ansó van a permitir muchas historias nuevas.

Por supuesto, la ciudad también sirve para que un maestro desgraciado como yo pueda insuflar un poco de vida a una relación sentimental basada en el teléfono y la distancia. Menos mal que la novia es tan maravillosa que el esfuerzo merece la pena.

Y, por último, en la madrugada del domingo unos cuantos skin heads pegaron una paliza a un pobre zagal que pasaba por la calle en la que he vivido toda la vida. Evidentemente en estas cosas no hay respuestas, pero me preocupan por mi hermano cuasiadolescente y a punto de iniciarse en las tareas de ampliación de su autonomía, de su independencia. Y por extensión pienso en los cientos de jóvenes adolescentes que cada día salen a la calle jugando a esa lotería cruel que les puede deparar uno de esos premios: una soberana paliza con el único pretexto de la diversión, la grabación, la ira contenida, la...