viernes, 10 de julio de 2015

EL SENTIDO.

Por cosas de la vida, me gano el equilibrio mental a base de esfuerzos físicos. Quizá no tanto alcanzar el equilibrio mediante el esfuerzo como surgir el esfuerzo del desequilibrio. No estoy seguro, quizá lo anterior sea apenas un juego de palabras.

Miro atrás, ya más de veinte años, y veo carreteras, montes, horizontes... escucho mi respiración rítmica y mi conciencia centrada en llegar un poco más lejos y un poco más rápido. No sé si los deportes individuales son fruto de una personalidad esencialmente solitaria e introvertida, o la personalidad ha surgido como consecuencia, o ambas son ciertas y se alimentan una a otra. 

Por causas que no comprendo, las actividades han evolucionado, o degenerado, a más difíciles y arriesgadas. Nunca con vocación de mostrarse, lo cual está en pleno auge, sino como algo que se dirige hacia mí, que trata de responder o satisfacer una necesidad estrictamente interior. 

En los últimos meses he corrido cierto peligro de perder la vida en varias ocasiones y he acabado en una ambulancia con varios goteros como consecuencia de un gran esfuerzo en otra circunstancia. Lo más curioso de este último caso fue la unanimidad en las preguntas de las personas que se acercaron después para interesarse por mí: "pero... ¿tú crees que merece la pena semejante esfuerzo para acabar así?". Hace algunos meses leí fascinado los relatos de personas de distintos campos que entregaban su proyecto vital a pasear por límites similares a los que describo, salvando humildemente las distancias. Justamente ese instante frágil en que sentían las aristas  y los límites de su vida era lo que les insuflaba ánimo para seguir... aunque el camino para llegar allí supusiera un esfuerzo descomunal. Recuerdo la entrevista a Labordeta en la que decía que en este mundo infame y de locos quedaban dos opciones: o pegarte un tiro, lo que resulta extremadamente difícil, o zambullir cada átomo de tu cuerpo en trabajo y entrega hacia causas justas y nobles. Creo en esta afirmación como en el padrenuestro de mi infancia. Ante un mundo incomprensible e injusto, ante preguntas dolorosas irresolubles... ¿qué mejor fortuna que poder descubrir los nítidos límites de tu propio cuerpo y tu propia vida?, ¿qué mejor constatación de que has hecho todo lo posible que acabar en una camilla? 

Ojalá en otros campos de la vida existiera esa camilla que demostrara que has hecho todo lo que estaba en tu mano, que puedes estar tranquilo y satisfecho porque ya no queda ni media gota de esfuerzo por entregar.