martes, 11 de mayo de 2010

CASI LO ÚNICO QUE SÉ HACER EN LA ESCUELA.

El perrico Tastavín con su novia de Gistaín y el paraíso que les rodea. Eran felices sin cotizar en bolsa.


Durante la parte final del curso estamos realizando numerosas salidas fuera de la escuela. En educación física se justifican en torno al contenido de actividades en la naturaleza (se justifican en un imaginario currículum, pues en la realidad resulta difícil justificar dignamente cualquier asunto), pero realmente se refieren a otra cosa. Si fuera minucioso con los nombres, estos contenidos deberían llamarse actividades de la vida; o vida, simplemente.


Con los grupos de mayor edad y más autónomos, las salidas nos están permitiendo conocer y disfrutar de las pequeñas islas de naturaleza que el progreso y el desarrollo y las subidas del Íbex y los constructores consideran oportuno no encementar. Así, los tres parques más grandes de la ciudad, los montes semiesteparios de Juslibol, y el Galacho del Ebro a su paso por Juslibol, constituyen los destinos para estos grupos. En ellos hemos podido observar y aprender sobre orientación, geología, botánica, fauna, informática, alimentación, actividad física, sentimientos…, o si lo prefieren: carboneros, cedros, cotorras argentinas y sus nidos enormes, abubillas, ánades reales, gorriones, urracas, tejos, planos de la ciudad y el monte, pitos reales, eucaliptos, moreras, dinámica del río y de la erosión, enfados, galletas, sonrisas, cientos de fotos. Y mucho más.


Con los más pequeños y menos autónomos las salidas se dirigen hacia el entorno cercano de la escuela, de forma que la logística de la actividad es asumible y, especialmente, suponen un conocimiento de un entorno importante y significativo para los niños dada la proximidad a su colegio. Estas salidas están siendo totalmente variopintas, pues difieren sustancialmente según el grupo. Así, han podido acabar con cinco niños con los pies a remojo en un lago de un parque ante la mirada extrañada de los paseantes, con niños aprendiendo habilidades funcionales relacionadas con jugar en una zona de columpios, o con niños pequeñitos con visión y oído afectados sintiendo cómo es una hoja de un plátano de sombra, cómo huele el romero o una piña, cómo pinchan las acículas del pino, lo áspero que es el tronco de un ciprés, o la suavidad de una rana que no se convierte en príncipe pero nos concede la ilusión de imaginarnos en las pozas del Valle del Roncal.


En definitiva únicamente quería aclararles, o intentarlo, por qué el otro día me despedía diciendo que, a mi entender, en la escuela lo más importante suele ocurrir al margen de los libros, los decretos, lo obligatorio, y lo oficial. Al compartir estas actividades con los niños, un maestro despistado y desastroso como yo tiene la suerte de acompañarles en una parte significativa de sus vidas a través de los debates, emociones, descubrimientos y curiosidades que se suscitan. Finalmente siempre queda la doble sensación, quizá muy subjetiva y difusa, de que la huella de estas actividades es muy profunda y, por otra parte, de que lo único que hago durante las mismas consiste en acompañar, estar con ellos, guiar.


Para acabar, aprovechando el lujo de tener ilustres visitantes en este blog, los niños del pueblo y el curso que viene que aún no conozco quizá puedan disfrutar de dos visitantes espectaculares en la escuela. Si es así, sus ojos se abrirán como platos hablando sobre libros, cine, arte, libélulas y estrellas. En unos días les podré hablar sobre ese pueblo y sus niños.