lunes, 23 de enero de 2006

Hace unos años, cuando hacía en Campo un curso sobre juegos y deporte tradicional recuerdo que me quedaba perplejo al mirar a los lados, desde el patio de la escuela, y ver tal majestuosidad de las montañas. Andaba yo por segundo o tercero de magisterio. Pensaba entonces en lo que sería dar clase allí, lo felices que deberían ser los niños de ese pueblo.

Ahora en Ansó, hay muchos días que estoy en el patio y me acuerdo de Campo. Desaparezco unos segundos de la clase, con el permiso de mis alumnos, y mi mente vuelve a ese patio, a esas montañas, y me vuelvo a quedar pensativo, confuso, sin entender muy bien qué hago allí, qué hacen esos niños alrededor mío, acordándome de esos imaginarios niños de Campo. El viernes pasado nos brindó un día maravilloso, y volví a tener estos sentimientos y emociones. Como las otras veces, mis alumnos acabaron preguntándome por qué tenía esa sonrisa dibujada en la cara.

Él me decía muchas veces que si la gente te ve feliz y contento por los pasillos, por la vida, desconfían de ti, sospechan que algo malo ocultas. Y no me extraña. Cada día que pasa descubro nuevas razones para no sonreír (pero, tranquilos, sigo guardando un buen montón para sí hacerlo).

El próximo reto marcado para ir parcheando lagunas y carencias se refiere a la historia. Ahora que empiezo a saber un poco de lo que pasó el siglo pasado, lo intentaré con el anterior. Para eso recurriré a mi querido Reverte (lo siento Jaime) y comprobaré qué cuenta en Cabo Trafalgar.

En nuestro particular proyecto vamos a empezar aprendiendo sobre el espacio. Ya saben: astronautas, NASA, agujeros negros y Big Ban. Veremos...