lunes, 17 de noviembre de 2008

DE INICIOS DIFÍCILES, FINALES FELICES, Y TRAYECTOS INCIERTOS.


En algunos de los distintos trabajos que he tenido durante la comedia a la que llamamos vida he sentido duramente el peso de la inexperiencia, el sabor amargo de los primeros lances en los que la falta de conocimientos, las dudas, los nervios, … te juegan malas pasadas y te hacen sentir profundamente incapacitado para ese trabajo, además de provocar una gran preocupación e inquietud durante una temporada que acaba tiñendo y afectando al resto de parcelas de la citada comedia.

En todos los casos, poco a poco, no sé si por el esfuerzo, por mejoras personales, o por el simple paso del tiempo, la situación se ha reconducido y he logrado sentirme cómodo en mi labor. He disfrutado con mi trabajo (alguien me recordaba hace poco que ésto representa un buen indicador de que el proceso marcha bien, si no la clave) y las personas con las que he trabajado han acabado, en general, satisfechas (considerando que siempre hay personas con las que no se logra conectar). Este tiempo me ha mostrado que no soy una persona de inicios espectaculares (especialmente con adultos, que suelen interpretar de variopintas formas mi talante inicial tímido, serio y expectante), sino que las alegrías, satisfacciones, y demás aspectos positivos suelen llegar poco a poco, conforme va aumentando el conocimiento y la compenetración con el grupo, conforme el trabajo va dando lentos, pero duces, frutos.

Recuerdo, como ejemplo significativo, a Alicia, una señora mayor que pertenecía a un grupo de gerontogimnasia de Huesca y que me hizo pasar unas de las peores temporadas de ese tiempo. Para mí, todo eran dudas sobre qué hacer en las clases, qué objetivos plantear, qué no debía hacer, cómo manejar al grupo, etc. Y en tales circunstancias esta alumna acabó una de las clases criticándome a voces y expresando su disgusto con poca educación o cortesía. Entonces, y probablemente ahora ocurriría lo mismo, esta querida señora me dejó echo trizas, sintiendo que no servía para aquello, para nada quizá, y con una terrible presión e inquietud durante cada sesión posterior. Con el paso de las semanas Alicia acabó convirtiéndose en una estupenda alumna encantada de estar allí y que finalmente sintió, así me dijo, mi marcha al cabo de dos años.

Hasta aquí, el presente año sigue este proceso personal señalado para los trabajos extraordinariamente nuevos y difíciles: el del arduo comenzar, de momento. Y habiendo vivido otros inicios similares, quizá la calma sería la emoción más ajustada a la realidad, pero ocurre todo lo contrario: siento tal falta de recursos que dudo profundamente sobre el trayecto que se acerca. Ya han transcurrido más de dos meses de curso y sigo sintiendo a los diez minutos de muchas clases ese pensamiento resumible en “la cagaste, ésto que has planteado no tiene ningún sentido aquí; quedan 50’ de clase, tú dirás que hacemos coherente y digno ahora”.

Y para poner una especie de guinda pastelera, los otros inicios difíciles, las otras incertidumbres desconcertantes, los otros problemas, los he vivido en entornos naturales maravillosos con una evidente potencia para dispersar torbellinos mentales y provocar paz espiritual. Ahora, pido auxilio al entorno y éste me devuelve un chorro de humo negro, una vista enladrillada, un pitido estridente, y un cielo triste.

(Jaime, a éste la etiqueta de aypenapenitapena).

ÁTOMOS FUGACES AL ATARDECER.


Hace unos meses me encandiló la idea de que cada átomo de nuestro cuerpo formó parte de una estrella hace unos cuantos millones de años. Según otras ideas, el aire que respiramos o el agua que bebemos contienen átomos y moléculas que ya han sido bebidas y respiradas por seres vivos en el pasado; dinosaurios, por ejemplo, indicaba el autor del libro.

En el atardecer, contemplo el Moncayo y siento que algunas de estas formas de ordenación de la materia que por allí deben de pulular explican una buena parte de lo que soy.