miércoles, 21 de diciembre de 2005

Hoy he evaluado.
En sí mismo creo que no servirá de mucho, pero a mi me ha hecho pensar bastante.
En primer lugar me ha ayudado a generar unos sentimientos muy majos hacia mis alumnos. Me refiero a que el hecho de tener que pensar en su trabajo en cada área me ha recordado los magníficos alumnos que tengo.
En segundo lugar me ha confirmado la tontería que supone, a mi juicio, reducir cada área a cinco o seis aspectos que se gradúan en "bien", "muy bien", "conseguido", "no conseguido". El día a día de este trimestre desborda completamente estos indicadores. En consecuencia, he comprendido la necesidad de hacer una reunión nada más volver de vacaciones y explicar a los padres qué entiendo por evaluar, y darles la auténtica información que yo he podido recoger este trimestre.
Dentro de las muchas asignaturas de jerséis (de momento sólo Jaime entiende esto, pero pronto explicaremos esta teoría) cursadas en magisterio y CCAFD, siempre hay algunas ideas sueltas que rescatas por que aparecen como especialmente prácticas. Una de ellas se refiere a la relación de la evaluación con la toma de decisiones. Es decir, que evalúo algo con vistas a aplicar después alguna medida ajustada a esa realidad que he conocido con la evaluación. Esto intentaré con esas reuniones de padres.
Además, confirma mi satisfacción de ser tutor y poder estar al corriente de casi todo el proceso educativo que sigue cada niño en la escuela. La visión panorámica que puedo captar es maravillosa, especialmente comparada con la perspectiva sesgada del maestro especialista.
Hoy ha habido votaciones a no sé qué cargo u órgano. La cuestión es que he acompañado a la maestra y madre responsables de la mesa electoral, y ha sido muy formativo poder charlar con cada padre que ha acudido a votar. En 2 horas hemos establecido más contacto con las familias y recibido más información y anécdotas que en los dos meses anteriores.
Lo mejor ha sido cuando dos padres, a los que les llegan los recuerdos de su infancia al ver su clase, su pizarra, etc., han recordado con tristeza, miedo, enfado, cómo la maestra que tuvieron allá por el 1978-1984 les pegaba unos palos que atemorizaba al más valiente. Recordaban como les daba un cuaderno para que trabajaran solos a sus 6 u 8 años mientras ella hacía ganchillo o escribía cartas a su marido, interrumpiendo estas arduas labores solamente para pegar una, supongo bendita y autoritaria por aquel entonces, bofetada que les hacía incluso rebotar contra la pizarra. Una vez incluso tuvo que intervenir el juez en este asunto del pegar.
También divertido ha resultado conocer las retahílas que debían soltar los niños cuando esta señora se cruzaba en sus juegos callejeros: ¿Ha comido Vd. con gusto?, Qué Vd. lo pase bien!, ¿Ha dormido Vd. bien?. En fin, esto me parece ciencia ficción.
Por último, una madre añoraba sus años escolares, y no acababa de entender el salto tan grande que se ha dado entre su generación y la de sus hijos, que han dejado costumbres y hábitos propios de muchas generaciones pasadas para entrar en una realidad donde todo ha cambiado completamente. Si se piensa un poco provoca vértigo.