lunes, 15 de marzo de 2010

SOBRE LAS REVELACIONES OCURRIDAS AL TRAGAR EL QUESO Y LAS SETAS Y SOBRE LA VIDA QUE NACE.

El sábado, mientras tragaba un trozo de queso y una seta, tuve una revelación y pedí urgentemente un bolígrafo a la camarera para escribir en el mantel varias razones por las que yo era maestro, y algunas ideas clave para indicar en el preámbulo del proyecto curricular. Tras varios años de profesión y semanas de reflexión, comenzaba a ser muy preocupante no saber exactamente por qué soy maestro. Un rato antes, en la escuela Jean Piaget unas cuantas personas explicaban por qué son maestros de un centro excepcional.

La Granciudaddesarrollada suele vivir muy al margen de los ciclos naturales, pues no le afectan en sus intereses económicos y de crecimiento, pero hay pequeños resquicios, algunas grietas entre los engranajes que giran sin parar, con sordo y áspero sonido, por donde las almas melancólicas pueden atisbar algunos colores distintos al gris: algunos insectos que comienzan su vida veraniega, los aviones que presagian la llegada de sus primos golondrinas y vencejos, los halcones peregrinos entregados al sexo que precede a la vida, o los sauces, fresnos y álamos mostrando las incipientes yemas que dibujarán la foto cada día un poco más verde. Pronto comenzarán a cantar las ranas presas en el lago de hormigón, evocando un rumor de otro lugar enmarcado por el sonido enfermo de la autovía.

Comienza uno de los momentos más bellos del ciclo anual, donde la vida se renueva y se muestra exuberante. Pollos que piden comida desesperadamente, jóvenes con miradas curiosas, pasos tambaleantes, hojas que nacen y se estiran en buscan de luz. Cada año igual, y cada año igualmente fascinante.

Ya casi es abril. Ya han transcurrido siete meses de curso. Hace un año y medio pensé que sería incapaz de llegar hasta aquí. Pensé que me perdería en el camino. Ahora me siento privilegiado, e incluso siento gran lástima por abandonar en poco tiempo este centro.