martes, 27 de diciembre de 2011

PAJARICOS Y MONOPOLY.

No me digan que han visto hoy algo más bonito...

El sábado, temprano por si hubiera dios y quisiera ayudar, estaba escondido en el monte. La situación era perfecta por su sencillez, pero aún así la mente no dejaba de lanzar ideas que aparecían y desaparecían jugueteando entre los primeros rayos solares del día.

Pensaba en buena parte de lo visto y leído el día anterior sobre la crisis. Apartando el enrevesado lenguaje económico y las opiniones interesadas de unos y otros, consideré que el denominador común en las opiniones de todos era claro: codicia y egoísmo. También llamado “el mal de querer siempre más aunque ya se tenga mucho”. Allí estaba agazapado pensando en la pena de no ser capaces de plantarnos y considerar que, llegados a un punto, ya no necesitamos nada más para tener una gran vida. Una gran vida que, por otra parte, no sabemos qué demonios significa. Podría añadirse que querer más siempre significa para otros tener menos cuando ya se tiene muy poco.

Uno de los seres más felices que conozco, entre los vivos e incluso los inertes, es mi amigo el perro Tastavín. Y es un gran ejemplo, pues basa tamaña felicidad en cuestiones como la comida, el descanso, la actividad física y mental diaria, subir una gran montaña y contemplar un estupendo atardecer y, por supuesto, el cariño y las caricias que todos los seres vivos precisamos, ya seamos anélidos o antropomorfos.

Todo es cuestión de filosofía, por eso creo que debería impartirse en las escuelas desde infantil. Dentro de unos días propondré a los alumnos más mayores una charla muy oportuna sobre las drogas y en el documento que estoy elaborando trato fundamentalmente sobre filosofía. Incluso sobre el milagro que representa estar vivos y la obligación consiguiente de aprovechar tal estado viviente. Ya les contaré más adelante. Todo es lo mismo. Bertrand Russel introduce su autobiografía con una impactante e inquietante pregunta: “Para qué he vivido”. Quizá la mera costumbre de repetirnos esta pregunta con frecuencia daría solución a una buena cantidad de problemas.

Mientras todos estos asuntos codificados en cargas eléctricas atravesaban los supuestamente reales canales neuronales que hay dentro de mi cabeza, sonó un “Chhhrrrrrrr…”, o algo similar, al que no estaba acostumbrado. En un instante apareció el magnífico ejemplar con el que ilustro esta entrada. Antes de pedirle permiso para retratarlo, volví a considerar todo lo anterior y tuve claro que el mundo adquiere sentido cuando delante de tus ojos aparece, y eres capaz de apreciar, un ser de semejante belleza. Lo demás, por mucho que algunos se empeñen en dotarlo de seriedad y grandilocuencia, simplemente es la versión adulta y cruel del monopoly, donde se muestra la cara terrible del ser humano que está generando tanta pobreza, destrucción y sufrimiento en nuestro planeta.