domingo, 21 de diciembre de 2008

SOBRE UN PEQUEÑO MILAGRO.

Monte Oscuro, pensamiento claro.

Los festivales navideños suponen un gran alboroto en la escuela durante muchos días y mi opinión hace un tiempo no era demasiado favorable, pero he ido conociendo distintos modelos y enfoques que me han hecho cambiar sustancialmente la opinión. En concreto, nadie que haya visto las producciones realizadas por los grupos de alumnos de Alfredo Larraz en Jaca en torno a la expresión corporal puede considerar negativamente este acto. El problema auténtico lo he observado cuando el acto se considera una obligación impuesta por los padres, por la tradición, por el pueblo, y se preparan actividades repetitivas que no aportan nada a los niños e incluso hacen perder tiempo de trabajo en otras parcelas. La opción opuesta significa entenderlo como una oportunidad para trabajar contenidos variadísimos con el añadido que supone el festival en cuanto a motivación, alegría, presión, o responsabilidad. Así, contenidos de expresión corporal, de dramatización, de trabajo internivelar (trabajo en equipo entre diferentes clases de distintas edades), encuentran un momento óptimo para su desarrollo.

Han pasado unos pocos minutos desde que ha concluido el de este año, y creo que en educación especial las consideraciones anteriores aún tienen mayor sentido: trabajo de autonomía, superación de miedos, aceptación de responsabilidades, acompañamiento y ayuda de compañeros más jóvenes o afectados, gestión del tiempo y el espacio, control de las emociones, aceptación de espectadores y comportamiento ajustado a los mismos, son unos pocos ejemplos de los muchos elementos que durante unas decenas de minutos los niños ponen en juego. Y, por supuesto, la alegría que se vive durante ese tiempo es magnífica. La alegría es probablemente lo único importante en la vida, y si se refleja en la cara de los niños supone un motivo suficiente para hacer casi cualquier cosa.

Durante el ensayo de la mañana ha ocurrido algo fascinante para un maestro de pedagogía terapéutica, así que directamente milagroso para un despistado y novato maestro de EF. En un momento dado, he acercado el micro hasta una niña a la que nunca he oído emitir palabras, sólo algunos sonidos, y ha dicho un claro y nítido “hola”. Su maestra se ha acercado y ha comenzado a nombrarle diferentes palabras que la niña ha ido repitiendo con asombrosa claridad: hola, adiós, quiero chocolate, feliz navidad, etc. Así durante diez o quince minutos. Escuchar esta especie de milagro comunicativo espontáneo y repentino ha ido provocando caras de emoción y asombro en los que estábamos en la sala y en el resto de personas que han ido acudiendo corriendo. Imagino que acontecimientos como éste serán los que me acompañarán en forma de recuerdos maravillosos mientras el latido constante del corazón nos permita formar parte del público en este desconcertante espectáculo que es la vida.