sábado, 30 de marzo de 2013

NO SE FUSILA EN DOMINGO.

Afortunadamente he vuelto a dar con un libro que me ha dejado conmocionado. Una de esas lecturas que te remueve las ideas y te deja mareado, desconcertado. Me refiero a No se fusila en domingo, de Pablo Uriel. Pudiendo ser testigo tan cercano, a través de la lectura, de una vida memorable, no dejo de cuestionarme sobre la superficialidad y placidez de la propia.

Hace unos minutos corría siguiendo el límite del campo de maniobras de San Gregorio, pensaba en Pablo Uriel y en la celda catorce, en Belchite, Azaila… y en cómo el tiempo cubre con un telón de irrealidad el pasado.

Es muy sencillo, Señor; los sacerdotes se esfuerzan por convencer a los hombres de que los banqueros y los grandes mercaderes estaban ya configurados en los esquemas de tu creación. Son obra tuya y, por los tanto, son intocables. Producen muchos sufrimientos, pero estos sufrimientos forman, según ellos, parte del orden natural de las cosas que tú dejaste establecido. Contra todos aquellos que no creen las mentiras de los sacerdotes, interviene la espada.

Terminó la arenga con su famoso grito de “¡Viva la muerte!”, al que todo el mundo respondió como si no hubiera en él la más monstruosa contradicción. Pero no lanzó su otro grito, aquel que escupiera frente a Unamuno. Él no lo hizo, pero, de pronto, un jerarca falangista que estaba junto a él, gritó con un gesto violento y agresivo: “¡Muera la inteligencia!”. El grito fue coreado, como lo hubiera sido cualquiera lanzado en ese momento.

El fin de la Segunda Guerra Mundial fue una ocasión ardientemente deseada, que de un modo inexplicable pasó sin más consecuencias que la consolidación de un estado de cosas injusto y una desilusión más para los españoles. Al cabo de veinte años una nueva generación ha venido a constituir gran parte del Cuerpo Nacional, y esta generación ha sido formada en un clima de indiferencia y desconocimiento buscado por nuestros gobernantes. Puede afirmarse que si en los primeros diez años el secreto de la estabilidad era el terror, hoy lo es por el hecho de que el pueblo español, quizá desilusionado, ha depositado toda su capacidad de pasión en el fútbol; sería difícil precisar cuál de estos dos estados anímicos es más pernicioso para España.

Son tres fragmentos que marqué en el libro por diferentes razones. En estos casos y en general a lo largo de todo el libro, me sorprende enormemente cómo muchas claves con las que el autor explica acontecimientos de un tiempo tan lejano son válidas y perfectamente aplicables a circunstancias actuales.

sábado, 16 de marzo de 2013

OBSESIONES Y VACÍOS.


Mis obsesiones fotografiadas

Escucho obsesivamente Moldava, del músico checo Smetana y As Earth as it is in heaven, de Ennio Morricone. Sus melodías están tejidas con melancolía, con montañas solitarias y con noches bajo las estrellas.

Soy un maestro vacío, fragmentado e incoherente: veo a los grupos cada tres o cuatro días, apenas unos minutos y me observo atrapado en los mismos obstáculos sesión tras sesión. Es tan escaso el tiempo que apenas podemos sistematizar el trabajo, los niños que precisan mayor atención me provocan la sensación de estar atendiéndoles insuficientemente, vivo las pérdidas de tiempo y el mal funcionamiento de algunos grupos con auténticos remordimientos por la sensación de dejar de cumplir con mi labor, surgen temas durante la clase que quedan sin abordarse por no ser estrictamente fundamentales (¡pero sí lo son, probablemente!), apenas puedo profundizar en el conocimiento personal de los niños, hablar con ellos con calma. Cada semana comparto tiempo con más de doscientos niños y, cuando llega la tarde del viernes, quedo con la sensación de haber realizado un trabajo microscópico con cada uno de ellos. Un trabajo que una leve brisa puede borrar y que nos hará comenzar prácticamente de nuevo en la siguiente jornada. Creo que experimento el trabajo perfectamente opuesto al de un maestro tutor de un grupo pequeño, donde sientes cada instante la responsabilidad de cada circunstancia que ocurre a cada niño y conoces en detalle su personalidad. Donde puedes leer una poesía o hacer una excursión de forma improvisada.

Quizá el principal problema en mis clases este curso tenga que ver con el comportamiento de los grupos. Nunca había trabajado con grupos tan numerosos, por lo que seguramente no aplico los recursos adecuados para que la clase trabaje como debe. Con grupos reducidos, el comportamiento es un aspecto que apenas requiere esfuerzo. En la actualidad, creo que muchos niños aún no han hecho Educación Física, sino que llevan siete meses donde lucho con ellos para que atiendan las explicaciones, se ciñan al trabajo que les mando, no tengan conflictos y agresividad cada tres minutos. Estoy atascado en muchos casos con estos problemas de comportamiento; hasta tal punto que parezco con frecuencia maestro de este aspecto y no de EF, pues las charlas y las medidas tomadas con los niños, con los tutores, con las familias, suelen girar más hacia ello que hacia los contenidos propios de la asignatura. Intuyo que este problema tiene que ver con un hecho sustancial: sigo trabajando bajo la convicción de que el trabajo de los niños no puede estar condicionado por la coacción, las amenazas, los premios o los castigos,  que seguramente reportan un efecto vistosamente positivo a corto plazo. Al contrario, trabajar cada día diciéndoles que confío en ellos, que no soy un policía, un vigilante, que si acordamos un trabajo y unas condiciones hemos de cumplirlas, que el premio por el trabajo en la escuela y en la vida es el mismo: la propia satisfacción de haber cumplido, de haber trabajado por ser mejores… , tiene efectos mucho más lentos y en el corto plazo muy poco agradecidos. Más aún considerando que la educación de los niños parece estar cada día más condicionada por un sistema de premios y castigos absolutamente externos y ajenos a la conducta. En relación a esto, hace unos días una maestra me contaba sorprendida cómo cotizaban en su clase los exámenes aprobados, los trimestres superados, etc: pagas extra, viajes a parque de atracciones… hablábamos de niños de segundo curso de primaria. Estoy seguro también de que lo descrito guarda alguna relación con la desmotivación de los alumnos cuando son más mayores: en unos pocos años ya han sido premiados y castigados con prácticamente todos los recursos al alcance de las familias y los maestros. ¿Qué queda estonces para moverles a la acción y a la responsabilidad personal?

En todo caso, como convencido pesimista, echando un vistazo al mundo que encontramos al salir de la escuela, poco parece importar lo que ocurre o deja de ocurrir dentro de la misma.