
Por mi parte, cuando pasaba por un pueblo en fiestas, me sorprendía al ver sus calles adornadas con banderas y otros cacharros. De igual forma, a los días, las calles volvían a lucir con normalidad. Pues bien, ayer comprendí que los adornos no crecer por generación espontánea, ni los pone el ayuntamiento, sino que los vecinos de la calle, a golpe de escalera y de tiempo, se encargan de ello. Ayudé a colocarlos, y, a mi manera (versión incultura adulta de tipo urbana), comprendí la relación entre la leche y la vaca.
Dioni decía que sus viajes como interina le habían permitido apreciar notables diferencias entre formas de ser personas de unos y otros pueblos.
Ayer, tras colocar los adornos de la calle, se organizó una cena espontánea en una bodega de un vecino, donde cada uno llevó algo de comer, y donde pasamos un rato de hablar y reír de los que deberían ir más caros que el metro cuadrado urbanizable.
Me sorprendí de este carácter amable y hospitalario de los vecinos. Uno no está acostumbrado a este tipo de costumbres que tienen que ver con la convivencia.
Sigo descubriendo placeres de los pueblos.
Hoy he saludado a los primeros niños que, al verme por la calle, ya han sospechado que tengo oscuras intenciones de enseñar algunas cosas.