
Aproveché la visita a Alcañiz ayer para comprar unos paneles de madera. Los emplearemos en conocimiento del medio haciendo unas maquetas. Cuando iba a pagar me fijé en unos cuadernos de dibujo y compré uno. Entre ayer y hoy he pasado varias horas dibujando el contenido de unas fotos que hice días atrás a unos gorriones sobre el tejado. A su vez, esta mañana, mientras acudía a realizarme análisis de sangre, los somnolientos caminantes se sorprendían ante un tipo que hacía fotos a unos pajarracos y algunos edificios a semejantes horas. Para el lunes Pablo me dejará el telescopio para observar la luna con mis alumnos. He acabado ahora mismo de regar, ya con vistas al tema sobre flora del tercer trimestre, los geranios, los cactus y las siembras personales (ajos, pipas, garbanzos, …). Miro el calendario con ansiedad ante la primera carrera. Mañana me levanto temprano y…si supieran qué haré…, pensarían que ando un poco turuleto, que decía mi abuelo. El sábado me esperan mis padres, siempre los padres, Pablo para despertar a los pájaros en Juslibol, Paula para hablar todas las palabras guardadas durante dos semanas; y tantas otras cosas. Muchas noches, quizá todas, pienso en la muerte, en mi muerte, y me duermo por no echarme a llorar. Soy tan feliz, y deseo hacer tantas cosas.
Esta semana (hoy tres niños) me han traído a clase algunos libros. Estos niños no son de mi clase, lo que aumenta mi emoción. Un libro de manualidades que utilizaba su madre cuando iba a la escuela y “quizá te gustaría verlo”, decía Ainoa; una enciclopedia de animales dado que “tanto te gustan los animales”, indicaba Jorge; y un libro de viajes por espacios naturales de Aragón (José María Cereza, cómprenlo y la naturaleza aragonesa hará el resto), que simplemente “te enseño porque es un libro bonito, con magníficas fotos, y que el autor ha dedicado a mi padre”, comentaba el alegre Nacho. Ojalá algún día alguien me vea y también me diga: “mira, por ahí viene el de los libros”. Igual ese día seré buen maestro.