miércoles, 3 de diciembre de 2008

EL MEDIO POLLICO.

Matarraña a la vista, con Jaime y Dália, claro.

La realidad es difusa, ambigua, subjetiva, sorprendente. Un simple espejo puede demostrarlo. Es absolutamente extraño que estemos acostumbrados a ella.

Hace ya unos cuantos años nació mi abuelo en Villarroya de los Pinares, Teruel. Con él y con mi abuela pasé muchos días de mi infancia en su casa situada en el campo, en las afueras de una ciudad aún habitable: el paraíso para perseguir lagartijas, buscar renacuajos, coger los huevos de las gallinas recién puestos, comer higos subido en el árbol, observar el sigilo de los gatos cazando ratones, descubrir los nidos de los abejarucos, o jugar con el maravilloso barro; la lista es interminable (qué lástima de placeres olvidados hoy por los niños…). La ciudad que todavía no había perdido el juicio por el crecimiento irracional y aberrante. Una de mis actividades preferidas consistía en escuchar los cuentos que él sabía. Cuentos que alimentaban cálidamente no sé qué parte de las entrañas y que tejían en mi memoria imágenes, pensamientos, e ilusiones llenas de una fantasía sugerida por la cadenciosa voz que entregaba un regalo inolvidable a su nieto. Cuentos repetidos una y un millón de veces, cuentos conocidos letra por letra, pero que conseguían sorprender, mantener en vilo, o hacer sonreír cada vez que eran contados.

Pasados los años, me ilusionaba la idea de grabar la voz de mi abuelo recitando estas historias. No recuerdo si por culpa del olvido o por qué razón, tuve dificultades para conseguirlo, pero afortunadamente Víctor Juan se me había adelantado recogiendo algunos de estos cuentos en 1985 (veintitrés años…, ay), por lo que pude recibirlos en papel unos cuantos años después, en 1998.

El primero se titula El Medio Pollico, y supongo será un cuento popular de amplia difusión puesto que también es conocido en lugares como el Matarraña (El Mig Pollet). De un cuento con profundas raíces rurales hasta las teclas de un tonto que sueña con poder echarlas. Estas son algunas de las palabras que sonaron en esa infancia:

“Esto era medio pollico que iba a confesarse a Roma. Se encuentra con un aguilica y le dijo:

- Medio Pollico, que…¿Adónde vas?.

- A confesarme a Roma.

- Yo voy contigo.

- No, no que te cansarás.

- No me cansaré, no.

- ¡Hala pues!, ven, ven.

Y al poquico rato…

- Medio Pollico, que yo me canso.

- Pues hazte un agujero en el mellizo y métete dentro.

Siguen andando y andando y se encuentran con un gatico (...)”.

Pronto seran contados en la escuela.

(Si alguien tiene interés en conocerlos íntegramente, hágase saber).

lunes, 1 de diciembre de 2008

DE PERTENECER A UN LUGAR.

Cabrita feliz y libre del Matarraña.

El sábado visité Peñarroya de Tastavins, mi anterior destino como maestro. Fue una tarde maravillosa. En las calles del pueblo se mezclaron los encuentros donde los niños mostraban sensaciones de indiferencia, de vergüenza, o de cálida bienvenida. La hospitalidad y amabilidad de algunas personas me hicieron sentir vivamente parte de ese lugar; a menudo, cuando recorro lugares que han pasado por mi vida, me siento como un extraño, como un turista estúpido que pasea por donde ya no le corresponde y que, desde la calle, mira atontado a través de las ventanas de una casa en la que un día vivió. Odio esa sensación, y por eso siempre me debato entre las ganas eternas de volver y la vergüenza de ya no pertenecer al lugar. Y el eterno alimento de la nostalgia: recorrer un espacio que encierra anécdotas, aventuras, sentimientos y emociones en cada uno de los milímetros que lo componen: una excursión con los niños, un recorrido con la bici, la emoción de un amanecer, una charla con un compañero, la soledad y el silencio de las tardes de invierno, las lecturas que me acompañaron,...

Me encantó leer en la entrada de Profesor en la Secundaria sobre África la cita del eminente economista Manfred Max Neef: "A partir de cierto umbral, el crecimiento económico genera un deterioro de la calidad de vida". La pena es que haya que ser eminente para darse cuenta. O, mejor dicho, que justamente las personas que deberían considerarlo miren para otro lado. Sensacional la entrada, y magnífica la entrevista enlazada en la cita. Por cierto, me pregunto continuamente qué pensará cualquier persona de los maltratados países pobres cuando oiga que en Occidente estamos en crisis. Qué injusticia, qué indecencia, y qué poco hacemos para no ser cómplices de semejante barbaridad.

El Azor Tundra ha recibido un premio del Ayuntamiento de Zaragoza por un trabajo realizado sobre el Galacho de Juslibol. Espero no me recrimine por la exclusiva. Le felicitamos con admiración por su dedicación y sensibilidad hacia los valores sencillos y auténticos que representa el mundo natural, en un momento en el que precisamente tantas influencias llevan nuestras vidas hacia necesidades banales artificialmente creadas.

(La entrada de “especial cariño” para otro día).

viernes, 28 de noviembre de 2008

SOBRE EL ALCANCE TEMPORAL DE MI INCOMPETENCIA.

Peñarroya y sus revistas llenas de Palabras.

Los centros de educación especial suelen tener algún centro de educación ordinaria de referencia en el que realizar distintas actividades conjuntas. Incluso, como en el caso de la escuela en la que trabajo, directamente son instalaciones contiguas para facilitar tales actividades. Así, hay alumnos en situación de educación combinada, que realizan asignaturas en ambos centros, niños que realizan actividades extraescolares en la escuela ordinaria, recreos compartidos en ambos lugares, o clases que colaboran en diferentes actividades de integración, por un lado, y sensibilización, por otro. O que, simple y llanamente, juegan juntas.

Ayer precisamente pasaba una clase del otro centro para compartir el tiempo de recreo. Era primera vez que pasaban: niños de infantil, una cantidad ingente de ellos hasta el punto de parecer una especie de invasión de alienígenas bajitos y silenciosos, expectantes y curiosos. Cuando los vi, me planté delante de su fila, les cerré la puerta del pasillo que debían atravesar y les indiqué fingiendo enfado que por allí estaba prohibido pasar. Rápidamente mostraron una cara a medio camino entre la sorpresa y el susto, mientras sus cincuenta o cien ojos miraban alternativamente a su profesora y a mí. Hecha la broma, les pregunté si querían ver la sala de Educación Física que teníamos y me respondieron que sí, lógicamente. Al entrar, se sorprendieron de nuevo ante algunos materiales y, aquí el motivo de esta entrada y de la cavilación, cuando les dije que jugaran un rato si les apetecía, comenzaron a correr como posesos, a saltar sobre las colchonetas, o a moverse compulsivamente dentro de la piscina de bolas. Todo en medio de un griterío fantástico y de un desbarajuste general. En el momento preciso, la maestra les indicó que hicieran una fila para marchar, la formaron y desaparecieron en busca de otro espacio que colonizar.

Y allí me quedé pensando, en medio de la sala vacía, con el aullido lastimero de un par de pelotas que habían sido retorcidas hasta la luxación, tras semejante espectáculo de movimiento y sonido. Después de tres meses en este colegio, la educación física no es la asignatura en la que de distintas maneras los niños plasman ese movimiento por el que aún siente tantísimo placer y que surge de un modo espontáneo, sino que muchos niños, por distintas razones (escasas experiencias previas, nivel motriz precario, relaciones con los compañeros poco funcionales,…), no manifiestan un impulso natural hacia el juego y el movimiento, lo que condiciona, dificulta, y cambia absolutamente el sentido de las clases y del trabajo del maestro de EF.

También, tras tres meses de fallos, errores, e inquietudes, uno ya acaba perdiendo la conciencia de lo que sabe hacer y, especialmente, de lo que sabía hacer. Se cuestiona si realmente en el pasado hizo en realidad algo provechoso o la incompetencia presente es trasladable a los cursos precedentes. Los recuerdos son muy puñeteros y la ciencia evidencia que están absolutamente modelados por la mente, quién sabe. La cuestión es que observar a esos niños en tal punto de ebullición me recordó con viveza que los años pasados trabajaba en algo distinto, y me tranquilizó pensar que quizá algún día sí pude hacer, quizá, algo con sentido.

En pocas horas saludaré a los niños con los que he compartido los últimos dos años de vida. Los niños de Peñarroya que me hacen feliz aún con sus cartas. Y el lunes escribiré una entrada muy especial que será realizada con todo el cariño que sea capaz de reunir.

(Pablo, escribe, buen hombre; Jaime, cuando quieras).

miércoles, 26 de noviembre de 2008

UN PAR DE PAISAJES.

Tierras castellanas al amanecer y el precioso Galacho de Juslibol. De nuevo imágenes por palabras.

lunes, 24 de noviembre de 2008

¿HAN VISTO USTEDES UNA GRIETA?

Quizá los caminos inciertos partan de este tipo de puertas.

Suelo sentirme excluido de la mayor parte de afirmaciones políticas que comienzan o terminan afirmando algo relativo a “la mayor parte de los ciudadanos (o españoles, o aragoneses, o cualquier otro grupo del que formo parte)”. Por eso, siempre que detecto esta coletilla siento la curiosidad de comprobar de qué nuevo asunto tendré que desmarcarme. En este caso, varios políticos se lanzan a afirmar que “a nadie ofende…” o que “es así para el 100% de los ciudadanos”. Me refiero a la salida de los crucifijos de las escuelas. ¿En qué momento adquirirán la potestad para hablar en mi nombre?. Que hagan y digan lo que les dicte su conciencia, su jefe, o su chequera, pero que me dejen vivir tranquilo. En mi corta trayectoria profesional, ya han sido varias las veces en que el acto inaugural del curso ha consistido en descolgar al pobre crucificado y dejarlo en un lugar más acorde con su naturaleza. Por varias razones, pero la principal es que no, que no pega tal símbolo en el sagrado lugar del conocimiento. Las razones esgrimidas por unos y otros, con especial atención a los cardenales, obispos, y resto de trabajadores del ramo (que igualmente analizan la crisis económica bajo los sorprendentes parámetros religiosos), las dejamos para los humoristas gráficos, a los que, supongo, se les acumula el trabajo. Pero eso, que a mí, en mi clase, sí me estorba.

En cuanto a los asuntos mundanos, de nuevo estoy enfermo. Es la enésima vez en lo que va de curso que dejo de acudir al trabajo por enfermedad, lo que aumenta mi sensación de falta de control del trabajo que tengo entre manos, y, de la misma manera, mi sensación de incompetencia. De hecho, creo que ya he faltado más días durante el presente curso que durante los tres años anteriores juntos. Pensando las causas, se puede considerar la perspectiva budista de la salud, o su carencia, relacionada con el equilibrio vital, o su ausencia (difícil equilibrio urbano...), y también se puede observar, en sentido más tradicional, las horas diarias que paso a remojo en la piscina de la escuela.

Aprovechando los lúcidos momentos de fiebre, sigo indagando y creo estar ya casi convencido de que la conciencia, nuestro hipotético concepto de uno mismo y del mundo, es una pura quimera, una mentira, una ilusión. De hecho, espero el momento en que aparezca una pequeña grieta, un insignificante fallo, algún agujero diminuto que demuestre el engaño. Un resquicio del que tirar, como si de una pared empapelada se tratase, que acabe mostrando algo con sentido al otro lado; no sé qué tipo de realidad, pero otra, pues estoy seguro que ésta no puede ser la buena, es demasiado extraña, hay demasiadas partes que no encajan, y dudas infinitas. Una grieta, cualquier resquicio para el sentido. No puede ser la buena.

jueves, 20 de noviembre de 2008

VISITA A LA GRANJA.


La semana pasada los niños del colegio viajaron hasta la granja-escuela de Movera donde tuvieron contacto cercano con muchos animales y con diferentes cultivos de verduras y otras plantas. Puede que uno de los aspectos que más añoro sea precisamente el de la cercanía y el contacto de los niños y la escuela en cada momento con los animales y con la naturaleza en su sentido más amplio. Ver pasar una majestuosa águila culebrera sobre el recreo, comprobar la colosal reunión de aviones comunes previa a su viaje migratorio, las cabras en las inmediaciones, las ardillas, la participación de los niños en las faenas agrícolas de los abuelos, la colección naturalista, las colaboraciones de muchos amigos de la clase, poder tratar esa cantidad ingente de información y de motivación en las clases,...

En todo caso, la excursión comentada ahora significó una mañana estupenda de conocer, descubrir, sorprender y, también, sonreír.

lunes, 17 de noviembre de 2008

DE INICIOS DIFÍCILES, FINALES FELICES, Y TRAYECTOS INCIERTOS.


En algunos de los distintos trabajos que he tenido durante la comedia a la que llamamos vida he sentido duramente el peso de la inexperiencia, el sabor amargo de los primeros lances en los que la falta de conocimientos, las dudas, los nervios, … te juegan malas pasadas y te hacen sentir profundamente incapacitado para ese trabajo, además de provocar una gran preocupación e inquietud durante una temporada que acaba tiñendo y afectando al resto de parcelas de la citada comedia.

En todos los casos, poco a poco, no sé si por el esfuerzo, por mejoras personales, o por el simple paso del tiempo, la situación se ha reconducido y he logrado sentirme cómodo en mi labor. He disfrutado con mi trabajo (alguien me recordaba hace poco que ésto representa un buen indicador de que el proceso marcha bien, si no la clave) y las personas con las que he trabajado han acabado, en general, satisfechas (considerando que siempre hay personas con las que no se logra conectar). Este tiempo me ha mostrado que no soy una persona de inicios espectaculares (especialmente con adultos, que suelen interpretar de variopintas formas mi talante inicial tímido, serio y expectante), sino que las alegrías, satisfacciones, y demás aspectos positivos suelen llegar poco a poco, conforme va aumentando el conocimiento y la compenetración con el grupo, conforme el trabajo va dando lentos, pero duces, frutos.

Recuerdo, como ejemplo significativo, a Alicia, una señora mayor que pertenecía a un grupo de gerontogimnasia de Huesca y que me hizo pasar unas de las peores temporadas de ese tiempo. Para mí, todo eran dudas sobre qué hacer en las clases, qué objetivos plantear, qué no debía hacer, cómo manejar al grupo, etc. Y en tales circunstancias esta alumna acabó una de las clases criticándome a voces y expresando su disgusto con poca educación o cortesía. Entonces, y probablemente ahora ocurriría lo mismo, esta querida señora me dejó echo trizas, sintiendo que no servía para aquello, para nada quizá, y con una terrible presión e inquietud durante cada sesión posterior. Con el paso de las semanas Alicia acabó convirtiéndose en una estupenda alumna encantada de estar allí y que finalmente sintió, así me dijo, mi marcha al cabo de dos años.

Hasta aquí, el presente año sigue este proceso personal señalado para los trabajos extraordinariamente nuevos y difíciles: el del arduo comenzar, de momento. Y habiendo vivido otros inicios similares, quizá la calma sería la emoción más ajustada a la realidad, pero ocurre todo lo contrario: siento tal falta de recursos que dudo profundamente sobre el trayecto que se acerca. Ya han transcurrido más de dos meses de curso y sigo sintiendo a los diez minutos de muchas clases ese pensamiento resumible en “la cagaste, ésto que has planteado no tiene ningún sentido aquí; quedan 50’ de clase, tú dirás que hacemos coherente y digno ahora”.

Y para poner una especie de guinda pastelera, los otros inicios difíciles, las otras incertidumbres desconcertantes, los otros problemas, los he vivido en entornos naturales maravillosos con una evidente potencia para dispersar torbellinos mentales y provocar paz espiritual. Ahora, pido auxilio al entorno y éste me devuelve un chorro de humo negro, una vista enladrillada, un pitido estridente, y un cielo triste.

(Jaime, a éste la etiqueta de aypenapenitapena).