sábado, 13 de diciembre de 2014

DESDE EL NORTE, ESPESURA BIEN NEGRA.

Hace unos días me sentí como en los peores claustros que he vivido en mi carrera. El equipo directivo nos transmitió las nuevas imposiciones de la administración ante las que no concibo una reacción distinta a la rabia, la frustración, el enfado y, finalmente, la risa. Para los no conocedores, afortunados, hay una moda administrativa consistente en exigir a los maestros el cumplimiento en su labor diaria de un millón y medio de indicadores diversos. En concreto, la administración anda ahora especialmente fascinada por los criterios de evaluación y el desglose de cada uno de ellos (los estándares de evaluación, los criterios de evaluación, los instrumentos de evaluación y todos los miembros que puedan imaginar de esta alegre familia). En concreto, pretenden que cada actividad que realizamos en el aula refleje de antemano sobre qué indicadores de evaluación estamos incidiendo.

Llegados simplemente en este punto, el despropósito ya es grande, pues realizar el documento diario en el que asociar la citada asociación (actividad-indicador del cumplimiento del criterio de evaluación) exigiría un tiempo no incluido en el contrato (yo calculo dos horas diarias para ello), sin considerar que parece cabal aceptar que el grueso principal de nuestro tiempo de preparación de clases debe ir justo a eso: a preparar las mejores actividades posibles. Imaginemos en este punto a un maestro de una escuela unitaria: realiza cada día 30 actividades en las distintas áreas, dirigidas a alumnos de 3 a 12 años. ¿Imaginan la labor de este maestro para preparar actividades adecuadas y pertinentes para cada nivel?, ¿imaginan si tuvieran que asociar cada actividad con los citados indicadores (son decenas para cada área en cada nivel)?. Los maestros contamos con dos horas diarias de trabajo no lectivo, donde hay que incluir reuniones con las familias, reuniones variadas de (des)coordinación con otros maestros, atención a alumnos, etc.

Por otra parte, tras diez años de desempeño profesional, ningún inspector ni técnico variado se ha interesado por lo que realmente hago en clase con los niños. Mientras no pegue a un niño ni haga nada muy llamativo que mueva protestas de las familias, un maestro puede pasar un año fumando puros en clase, leyendo a Epicuro mientras los niños hacen sus cosas o tejiendo calcetines como hacían algunas maestras hace no tantos años. Puedo trabajar tres horas extra cada día e incluso, al contrario, hacer diez horas semanales menos que las que exige mi contrato. Puedo diseñar actividades magníficas que aporten grandes aprendizajes a los niños o puedo cada día coger el libro de texto y mandar ejercicios que entrarán y saldrán de la cabeza de los niños dejándola igual que la encontraron. Jamás he oído acerca de un inspector que se interese por estos aspectos del aula que, por otra parte, para la mayor parte de los vulgares maestros y también para la mayor parte de los autores pedagógicos más reputados, constituyen la clave de lo que aportamos a los niños.

El maestro moderno español podría trabajar en la cadena de montaje de GM Figueruelas. En las partes con menor exigencia de cualificación, claro. Podría revisar tuercas o rellenar listas de verificación. Las mentes brillantes se han marcado el reto de objetivizar el proceso educativo. Quieren que en la escuela entren 30 kilos de harina o toneladas de aluminio y salgan 100 barras de pan o quince coches. El maestro solo es el operario que, lápiz en la oreja, verifica cada eslabón del proceso materializado en forma de ridícula simplificación escrita. La escuela real y posible trasciende este modelo, lo ridiculiza... en la escuela posible pasan millones de cosas que los técnicos no pueden objetivizar y explicitar en dos líneas. En la escuela real y posible, el indicador de evaluación o estándar o como demonios quieran llamarlo... "lee de forma adecuada a su edad..." siempre exigirá un maestro competente y formado que trabaje con dedicación e inteligencia en torno a ese contenido. Lo que la formación del maestro aporta al proceso jamás puede tildarse de "mera conjetura" y quien así opina debería arder en el infierno escolar. En líneas generales los contenidos del currículum han cambiado poco, creo yo, a pesar de los desvaríos y sinvergonzonería política que cambian la ley de referencia cuando alcanzan el poder. Lo que el niño de una edad puede hacer no depende de los técnicos o intereses políticos, sino que depende del desarrollo evolutivo de nuestra especie. Por eso, un maestro muy bien formado, inteligente y trabajador, hacía el trabajo hace veinticinco años tan bien como lo podría hacer ahora. Y un maestro incompetente lo será igual hoy que hace treinta años. Al parecer de este miserable que teclea, el maestro debería ser muy experto en desarrollo evolutivo y en teoría sobre las distintas materias que imparte para así diseñar muy buenas actividades. La evaluación, evaluación de calidad superior, estará presente también en tal caso.

En multitud de ocasiones se menciona que toda la locura para explicitar y verificar lo que ocurre en el aula tiene que ver con justificar a los padres lo que hacemos. Con poder enfrentarnos a sus reclamaciones diciendo "su hijo no ha cumplido el estándar 14.4.2" y de esa manera estar asépticamente del lado de la ley. No tengo la certeza de que esta sea una de las motivaciones, principales o secundarias, de la administración. En cualquier caso, este argumento se esgrime con frecuencia en centros como el manicomio educativo en el que trabajé el curso pasado. Es decir, el argumento está funcionando en la realidad. Así, cubrirnos las espaldas ante posibles reclamaciones se convierte en uno de los ejes, quizá el principal, que vertebra nuestra labor profesional. Siempre he pensado que lo que no pueda justificar con mi trabajo diario, no podré justificarlo con documentos ajenos. Por otra parte, nunca he necesitado papeluchos para justificar nada a ninguna familia, y en diez años ya me he relacionado con unas cuantas... un cuarto ya de las que aproximadamente conoceré en mi vida profesional... si no soy expulsado del cuerpo antes.

Uno de los aspectos que me resultan sorprendentes e inasumibles es que todo este embrollo significa la creación de una mentira que se apoya en otra mentira hasta crear un gran entramado donde el 99% de la sustancia es falsa. A los maestros nos imponen medidas que son difícilmente acatables o directamente imposibles. Y que además nadie, ni el más entregado a la causa burocrática, siente como valiosas para lo principal: lo que aportamos finalmente a los niños. Así, cada semana los maestros rellenan con prisa miles de papeles cuyo contenido está inventado, es mentira, o no se tiene la mínima intención de aplicar. El equipo directivo lo recoge y tras darle un poco de lustre, también falso, lo entrega al inspector. Este dedica un tiempo a revisar esta retahíla de mentiras, propone quince o veinte cambios, exige rapidez y pasa a analizar otros papeles. Finalmente los dará por buenos y hará el preceptivo informe para su superior, que quedará temporalmente satisfecho y pondrá el foco en otro aspecto (quizá sea mandar la preparación de evaluaciones iniciales de cuarenta páginas para niños de primero de primaria). Entre tanto el inspector de turno quizá amenace con visitar la escuela y ¡quizá tu clase! para comprobar que se cumple lo recibido en las toneladas de papel (no hace falta el viaje...¡nadie lo cumple, es todo mentira!). En mi frenopático escolar recién pasado, cada maestro verificaba cada trimestre varias centenas de ítems de varias decenas de alumnos. Miles de ítems finalmente. Sesenta maestros haciendo estás tablas la noche anterior a la fecha final de entrega, inventando cada casilla y tratando de no llamar mucho la atención para no tener que rendir cuentas posteriores. Sólo un maestro se plantó ante esta mentira secundada y conocida por todos. Un maestro excepcional en los aspectos formales y mejor aún en sus clases con los niños. Acabó en julio denunciado ante la inspección educativa. Y el centro-frenopático es centro de referencia de la administración en lo concerniente a la aplicación de este tipo de herramientas. 

Otra perspectiva se refiere al rigor con el que están elaborados los documentos. Desde el nivel más alto vinculado a la administración hasta el más concreto desarrollado en las escuelas, todos los papeles forman una línea donde progresivamente se van desarrollando los aspectos vinculados con la escuela. Los que dependen de los maestros se redactan sin ningún rigor, se hacen a salto de mata, se dedica un tiempo un día y se retoma el documento a la semana siguiente en muchos casos (¡o al mes siguiente!). Son elaborados por personas sin interés ni formación en muchos de los campos abordados, con exigencias de ser entregados rápidamente. Y en la mayor parte de los casos, se realizan desde la certeza de que son papeles que hay que hacer para contentar a la administración pero que no sirven para nada. Llevo diez años viviendo este proceder, es increíble que se mantenga intacto. Ya he comentado también que en muchos casos lo que se redacta es directamente mentira (¡y todo el mundo lo sabe pero el sistema se mantiene impasible!). Por parte de los documentos que elabora la administración, en muchos casos el análisis del maestro se topa con aspectos que están escasamente desarrollados o explicados, con incoherencias internas, o con aspectos que simplemente forman parte de una expresión adornada que no aporta nada nuevo y auténtico al proceso. Es muy cansado y desmoralizante el continuo cambio en la terminología para referirse a las mismas realidades. ¿Cómo entender que Conocimiento del Medio se desdoble en ciencias sociales y naturales... sin aportar nada nuevo en lo esencial?, ¿cómo asumir los miles de cambios en la terminología relacionada con la atención a la diversidad?, ¿cómo entender los cambios ridículamente referidos a aspectos formales en la terminología y los procedimientos en torno a las calificaciones de los alumnos?...

La escuela languidece. Quizá sea cierto que estamos mejor, mucho mejor, que hace cincuenta años. ¡Solo faltaba! Pero la escuela y los maestros no se han desarrollado en las décadas posteriores a la dictadura del mismo modo que otras disciplinas. Digamos que mejorar desde la situación de la escuela franquista no es un mérito mínimamente elogiable. La administración establece unos estudios de magisterio que son el hazmereír de los campus universitarios, facilita la llegada a las escuelas de remesas de maestros sin formación, interés ni vocación para compartir cursos con los niños. Una vez que estos maestros toman las aulas, la misma administración establece un marco de actuación donde el maestro es un robot, su formación no importa en absoluto (esto debe leerse varias veces, pues es la clave de nuestra miseria), las actividades del aula tampoco y se debe limitar a constatar que sale el número de tornillos estipulado de la cadena de montaje el cumplimiento de centenares de ítems que las mentes preclaras del sistema establecen como la gran solución para el retraso del sistema educativo español. La mezcla es explosiva: un colectivo tan poco implicado con el oficio está más pendiente de no perder los privilegios con los que cuenta, con no tener que trabajar excepcionalmente cinco minutos para preparar mejor su labor con los niños, que a defender la dignidad de su trabajo y el valor de la palabra maestro.

Los buenos maestros que conozco, los mejores, los que son muy inteligentes, cuidan su formación y están dispuestos a trabajar muy por encima de lo que su contrato exige porque sienten que su auténtico compromiso está con los niños... todos sin excepción están frustrados, resignados y tristes con esta parte de su oficio consistente en que la administración ningunee la profesión y nos imponga medidas estúpidas que van formando una gran pirámide de mentiras y que en ningún caso revierten en el beneficio de los niños. Peor aún, restan valioso tiempo y esfuerzo al que dedican a la preparación del tiempo diario en el que tienen que ser muy valiosos para los niños. La concepción idealista del oficio está a merced de las fuerzas de estos pocos maestros.

4 comentarios:

Joselu dijo...

Yo, hasta ahora, he podido pasar por en medio de este entramado kafkiano que describes sin caer en él. De vez en cuando hay que hacer algún desglose de algo parecido a lo que dices pero no es todavía preocupante. Siento como tú la inutilidad y el absurdo completo de esa estandarización del proceso evaluativo, tanto que lo convierte en totalmente burocrático y formal, sin alma. Yo no hago nada de eso. Pero es porque todavía no nos han apretado las tuercas. Ante ello, José Luis, no queda sino hipocresía, simulación, no dedicar ni un minuto a desenmascararlo o rebatirlo. Solo queda darles lo que quieren, poniendo cruces en los ítems sin mirarlas siquiera y dárselo para que queden saciadas sus almas de bárbaros ignorantes, no por bárbaros sino por imbéciles integrales apuntados a las modas pedagógicas. Y luego evalúa como sientas que debe hacerse. Dales lo que quieren, ni lo mirarán porque saben que de allí no sale nada relevante. Y continúa en el aula con tu saber, con tu intuición, con tus proyectos que a nadie importan salvo a tus alumnos y a ti. El aula se viven dentro de ella. Y lo más valioso exponlo en tu página. Sabremos interpretarlo. Y a ellos, sígueles la corriente como a los locos. Llevarles la contraria es peligroso. No se puede contradecir a un tonto, te traerá más perjuicios que beneficios.

emejota dijo...

Hace más de 40 años alejé la enseñanza como profesión de mi vida, la cosa se ponía fea y mi sistema no estaba por aguantar memeces. Evidentemente tenía otro medio de subsistencia.

Kikiricabra dijo...

Joselu, sí, claro, pero...
Sin alma, bárbaros, apuntados a la última moda ajenos a la esencia profunda del oficio. Sí, pero me crea un desasosiego tremendo vivir en una mentira tan grande, mantenida por miles de personas en distintas jerarquías, y que cada vez se inmiscuye con mayor intensidad en nuestra labor dentro de las clases. En cualquier caso, cada día me importa menos mostrarme sin velos ni ambigüedades... supongo que es cosa normal por el paso del tiempo. Por eso estoy cada vez menos dispuesto al doble juego entre la realidad y la ficción administrativa.

Emejota, buena clave: yo no tengo otro medio de subsistencia. Creo que estaría a punto de morir de hambre antes de encontrar otra forma legal para vivir. Y además, me encanta ser maestro. El oficio capaz de mantenerme contento aún cuando visito los lugares más siniestros y tenebrosos del alma.

Un abrazo para ambos.

Anónimo dijo...

No hay una manera automática de rellenar esas cosas? (programa de ordenador o algo?)

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