domingo, 14 de septiembre de 2008

TO THE UNKNOWN MAN.

En la dirección de los sueños.

Muchos dirían que tengo bastante de desconocido, así que quizá un fragmento sea para mí.

Son las ocho y once minutos de la tarde. Hoy es domingo. Por la ventana se ve una maravillosa luna creo que llena. También se ven unos preciosos tonos azules en el cielo, y algunas nubes rojizas que constituirían una memorable visión si no estuvieran interrumpidas por interminables edificios.

En medio de este nuevo atardecer, en el silencio que ya es compañero fiel, intento ordenar los últimos papeles recibidos, las últimas ideas, los últimos desbarajustes de una vida desordenada.

Había algunos temas de los que me hubiera gustado escribir, aunque no sabía bien cómo darles forma. Ha comenzado a sonar To the unknow man, de Vangelis, y se han revuelto, en este caso, los sentimientos. No sé si será especialmente bonita, pero en mi caso está unida a un tiempo que consigue evocar con increíble viveza (igual que Ask the mountains, de Enya, o Alpha, también de Vangelis). He viajado al instante hasta Peñarroya; por la tarde, en el salón de casa, tras llegar de dar una vuelta por el monte o con la bici, en penumbra, tumbado en una manta en el suelo, haciendo estiramientos, relajado. Algo de trabajo encima de la mesa, varios periódicos con noticias por recortar, un libro para la noche en la mesilla, algunos niños que pasan por la calle y me llaman, el olor de la casa, el inminente sonido del teléfono, …Peñarroya.

Los niños que van andando o en bici a la escuela, los niños que pasan gritando por la calle y me llaman para enseñarme algo o para que juegue con ellos, algunas familias, mi clase llena de papeles, pósteres y cacharros, los ritmos diarios rurales, las calles silenciosas en otoño e invierno cuando los últimos niños y trabajadores llegan a sus casas, las calles ruidosas de alegría de niños que juegan en primavera y verano, la oscuridad cuando llega la noche, el olor a temprano y a naturaleza por la mañana en el paseo hasta la escuela, las últimas miradas a las montañas en ese mismo paseo, un instante antes de entrar a la escuela, los niños que corren en el patio para enseñarme una mariposa, una araña, un águila culebrera que nos sobrevuela majestuosa, abrir la escuela por la mañana, con unos pocos niños ya esperando, cerrar la escuela por la tarde e ir a casa ya de noche escuchando al mochuelo, … cosas que echo de menos de la vida que acabo de cambiar por otra.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Uffff, es un cambio.
Seguro que con el disco duro lleno de sonidos y aromas anteriores podrás poner en marcha un montón de cosas estupendas.
Tienes suerte, puedes recordar todo eso.


M

Anónimo dijo...

No sé si es un cambio o un revolcón, un tortazo.

Estoy en pleno proceso de duelo. Duelo rural.

Hoy ha venido a traer consuelo una preciosa criatura. Mañana coloco el retrato.

Un abrazo, M.
José Luis.

Anónimo dijo...

Por eso aun no he cambiado yo...me alegro por los compis que ya están en la capi, porque era lo quedeseaban, pero a mí me hace mucha ilusion hacer todos los días lo que cuentas tú que hacías en Peñarroya...también hay otros inconvenientes, pero por ahora me compensa.
Ya sabes que todo pasa, el duelo y la duela, y que luego encontrarás "maravillas" en tu cambio. Y otra vez comenzará la rueda.
Un saludo

Anónimo dijo...

Hola Mamén.

Disfruta entonces de esos pequeños milagros diarios del pueblo.

La única maravilla que tiene mi cambio es que estoy con las cuatro personas que me quieren cerca. Todo lo demás es un desastre.

He estado leyendo tu blog y es interesante. Me ha gustado la anécdota de la escalera.

Saludos.
José Luis.

Publicar un comentario