Las cosas suceden cuando ellas lo desean. Algunas incluso suceden casi treinta años después de desearlas. Los mecanismos de su nacimiento son misteriosos, pero suceden. Y me alegro todo lo que soy capaz de alegrarme.
Aunque creo que ya he dicho algo parecido otras veces lo repetiré: de los veinte meses que debía trabajar en el colegio Jean Piaget ya han pasado diecinueve, y me parece imposible haber llegado hasta aquí después de haber experimentado un comienzo tan dificilísimo. Más aún, de estar ahora tan feliz y sentir la inmensa fortuna de lo recibido.
La semana pasada algunos maestros se manifestaron a favor de la autonomía de los centros para decidir entre jornada continua o no. El tema trascendió y los medios de comunicación, tras el rastro de la polémica, dieron cuenta de ello durante unos días. Justamente en medio de las noticias sobre el asunto, en nuestra escuela celebramos un acto en memoria de la deseada jornada continua consistente en trabajar durante dos días de forma continuada (¿se refieren a esto las reivindicaciones?). A favor de este tipo de jornada he de señalar la alegría y felicidad extrema de los niños. En contra, el cansancio de los adultos implicados fue también extraordinario. La actividad consistió en una acampada de todo el ciclo de chicos mayores de la escuela (treinta muchachos) en el precioso y arbolado recreo del centro. Así, tras la jornada lectiva del jueves, realizamos distintas actividades por la tarde y noche, para finalmente dormir todos en las tiendas de campaña. Al día siguiente despertamos y continuamos con las dolorosas clases del viernes.
Después de haber escrito en este lugar decenas de veces sobre hechos especiales ocurridos en mi peripecia como aprendiz de maestro, quizá sea esta una de las acciones más singulares vividas y disfrutadas. Todos los adultos que participaron lo hicieron de forma voluntaria, lo cual es maravilloso (más si cabe dada la gran necesidad de mediación que existe en un centro de educación especial y el gran esfuerzo personal que suponía); para los niños, que generalmente disfrutan de menos posibilidades de tiempo libre que los chicos de su edad, significó una experiencia preciosa, de la que hablaron semanas antes de la cita y siguen hablando aún. Ver jugar y participar en actividades a treinta niños juntos fue precioso, pues las clases son de seis o siete niños y nunca el recreo había vivido tal intensidad de risas, gritos, alegría y vida. La emoción de montar las tiendas, de cenar junto a los amigos, de dormir (algunos…) y despertar a su lado, de compartir tantos sentimientos especiales. En definitiva, una actividad que no se ve todos los días, que entraña cierto riesgo (asumible!) y buen esfuerzo, y que dio lugar a un día muy especial para los niños y los mayores.
1 comentarios:
Algunos profesores ponen mala cara cuando les sugerimos (los padres, debería de decir las madres) este tipo de experiencias...
A algunos maestros les brillan los ojos cuando pueden realizar esta maravillosa experiencia en hoteles de mil estrellas y sin horario...
¿No se puede elegir tener siempre maestros con este tipo brillo en los ojos?
¿Nos manifestamos por ello?
Disfruta de tu último mes en la ciudad antes de volver a tus origenes.
Pero sobre todo disfruta,
Pili Amparo
Pd.- Con las niñas un dia de estos calurosos del verano pasado nos cogimos los sacos y salimos al monte a dormir. No era fin de semana así que la cosa consistió solo en cambiar el techo por las estrellas. Nos despertaron los chotacabras.
Están deseando repetirlo.
http://imaginas-alter-ego.blogspot.com/2009/08/dormir-al-raso-en-grosin.html
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