lunes, 22 de febrero de 2010

SOBRE UN MARTINILLO CUALQUIERA QUE SE CUELA ENTRE LOS PENSAMIENTOS Y ACABA CONVIRTIÉNDOSE EN OLIVER TWIST.

Martinillo es un muchacho de edad intermedia. Llegó a un centro de educación especial tras acumular los preceptivos problemas en su colegio ordinario. Martinillo tiene algunos problemas de conducta difícilmente asumibles en una clase con veintitantos compañeros más y no demasiados apoyos para el tutor.

En el centro de educación especial pasó las primeras semanas agazapado, pero pronto comenzaron a surgir problemas relacionados con su conducta: enfrentamientos con adultos, peleas con compañeros, pasotismo absoluto en momentos puntuales, estados de nerviosismo, etc.

Martinillo posee un buen nivel cognitivo, por lo que se puede dialogar y razonar con él. Poco a poco, nos mostró que el camino para transitar con él poco tendría que ver con la confrontación, sino que implicaría buenas dosis de paciencia, empatía, y afecto.

De forma recurrente surge en educación el dualismo entre los que observan la labor del maestro como estrictamente transmisora de conocimientos y los que la contemplan en una dimensión mucho mayor donde los límites con lo personal son muy difusos. Los Martinillos demuestran cada día que una escuela donde el afecto y la implicación personal no están presentes es una escuela con una gran carencia, donde muchos niños no podrán ser tratados como necesitan.

Martinillo acude cada día a clase con la necesidad de recibir el afecto que no recibe en otros lugares, con la urgencia de conocerse, de entender su papel con sus iguales y con su familia. Llega con el recuerdo fresco de las últimas fechorías contempladas a sus amigos del barrio, con la tristeza ahogada por las ausencias, con la violencia contenida por la injusticia o la mala suerte. Por eso, darle una palmada, o un abrazo, al verle, preguntarle por sus cosas, y buscar su sonrisa o su complicidad suele ser una buena manera de acercarse a él.

En el universo asombroso de la educación, donde tantos personajes llamativos habitan, siento especial sintonía con los Martinillos, los Oliver Twist de cada escuela, niños aturdidos por circunstancias diversas cuyos actos claman cada instante por su necesidad de atención y cariño.

1 comentarios:

Joselu dijo...

Hermosa reflexión. Creo que el acto educativo no está completo sin ese intercambio de sentimientos que le dan sentido. Sin embargo, la disponibilidad de empatía que tenemos no es un caudal del que dispongamos a nuestra elección. Si nos centramos más en Martinillos o en los Oliver Twist, probablemente estemos desatendiendo a otros que también necesitarían nuestra atención. Es muy difícil estar en todo y en todos a la medida de sus necesidades. Por eso el profesor ha de poder enviar un mensaje claro a todos de afecto pero también de exigencia. No es fácil. Yo no sé cómo hacerlo. Así que no soy un buen ejemplo.

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