Pajarico de Alboreca
Los libros sobre el budismo fueron grandes descubrimientos personales, pero estropiciaron buena parte de mis posibilidades escritoras. Una de las ideas recogidas en estos libros con la que me comprometí fue la de alejarme de críticas hacia aspectos externos y centrarme en las “críticas personales” y el cambio propio. “Los grandes cambios no surgen de grandes medidas tecnológicas o sociales, sino de pequeños cambios personales”, o algo similar, dicen estas lecturas. Sí, suena demasiado místico, pero el asunto es que supone un gran cambio: en el intento de ponerlo en práctica me estoy dando cuenta del enorme tiempo y esfuerzo invertido cada día en criticar, con mayor o menor acierto y respeto, un sinfín de cuestiones sobre las que realmente no tenemos demasiado poder de acción, por lo que acaba resultando una labor desagradable y, ante todo, estéril. Y mientras miramos hacia esos lugares, dejamos de mirar hacia dentro y de promover los cambios sobre los que sí tenemos absoluta responsabilidad. Sigue sonando demasiado místico. Creo que estoy pareciendo un predicador en un pedestal cualquiera de un parque americano.
A lo que iba: lo que ocurre es que buena parte de lo escrito por aquí tenía que ver con aspectos sociales, pedagógicos, culturales, …, que giraban frecuentemente en torno a la crítica, por lo que ahora me resulta difícil abordar algunos asuntos. Resulta complicado tratar temas con cierta distancia y calma sin que resulten meras descripciones planas.
Al margen de lo anterior, tres cosas:
Hoy, o uno de estos días, se aprueba una ordenanza para regular el uso de las bicicletas en la Granciudaddesarrollada. Lo que me sorprende no son las normas establecidas, más o menos variopintas, sino las opiniones que he leído en muchos foros que tratan el asunto. He encontrado una violencia sorprendente, con gente dispuesta en ambos bandos, peatones y ciclistas, a salir por la calle a “dar garrotazos al que le moleste”, o a “marcar los cinco dedos en la cara al que se acerque demasiado”. Supongo que el carácter anónimo de los mensajes, y la tranquilidad del salón desde el que se escribe propician algunas ideas violentas e inconcebibles que luego no se llevarán a cabo, pero no deja de alucinarme esa falta de civismo, de capacidad para la convivencia. De nuevo otro asunto llevado al terreno competitivo, a la confrontación de dos bandos, al quién ha ganado, peatones o ciclistas.
No es la mejor opción para cambiar el “modo predicador”, pero lo he leído al despertar y es uno de esos enlaces que quiero quede presente, por los tiempos de los tiempos, en el blog: reportaje sobre Vicente Ferrer, el dios indio de los desamparados.
Jaime me regaló Quieto, el libro de Màrius Serra donde describe las experiencias con su hijo paralítico cerebral. Es recomendable para aquellos que estéis interesados en el tema de la discapacidad (o los que queráis asomaros desde una de sus perspectivas), pues aborda un aspecto que me parece especialmente complejo y singular: cómo los padres afrontan, entienden, manejan, el cambio tan grande generado en la vida por un niño que “funciona al quince por ciento de rendimiento”, como expresa el padre. En mi año de “bautismo especial”, estas relaciones entre padres e hijos, las distintas maneras de gestionarlas, han dado lugar a grandes sorpresas, ejemplos magníficos, y abundantes enseñanzas.
Espero contar en el próximo capítulo cómo algunas personas, buenas personas al margen de sus obligaciones oficiales, están ya colaborando y cavilando para fabricar bicis especiales en las que puedan montar, disfrutar, aprender, vivir, niños especiales.
Vaya. Ayer acabé el libro, ahora estaba tecleando las anteriores líneas cuando ha sonado el “pip-pip” de la bandeja de entrada. Encuentro un mensaje de Jaime donde me cuenta que Lluís Serra, el niño protagonista de Quieto, murió ayer. Dejo de teclear.
Los libros sobre el budismo fueron grandes descubrimientos personales, pero estropiciaron buena parte de mis posibilidades escritoras. Una de las ideas recogidas en estos libros con la que me comprometí fue la de alejarme de críticas hacia aspectos externos y centrarme en las “críticas personales” y el cambio propio. “Los grandes cambios no surgen de grandes medidas tecnológicas o sociales, sino de pequeños cambios personales”, o algo similar, dicen estas lecturas. Sí, suena demasiado místico, pero el asunto es que supone un gran cambio: en el intento de ponerlo en práctica me estoy dando cuenta del enorme tiempo y esfuerzo invertido cada día en criticar, con mayor o menor acierto y respeto, un sinfín de cuestiones sobre las que realmente no tenemos demasiado poder de acción, por lo que acaba resultando una labor desagradable y, ante todo, estéril. Y mientras miramos hacia esos lugares, dejamos de mirar hacia dentro y de promover los cambios sobre los que sí tenemos absoluta responsabilidad. Sigue sonando demasiado místico. Creo que estoy pareciendo un predicador en un pedestal cualquiera de un parque americano.
A lo que iba: lo que ocurre es que buena parte de lo escrito por aquí tenía que ver con aspectos sociales, pedagógicos, culturales, …, que giraban frecuentemente en torno a la crítica, por lo que ahora me resulta difícil abordar algunos asuntos. Resulta complicado tratar temas con cierta distancia y calma sin que resulten meras descripciones planas.
Al margen de lo anterior, tres cosas:
Hoy, o uno de estos días, se aprueba una ordenanza para regular el uso de las bicicletas en la Granciudaddesarrollada. Lo que me sorprende no son las normas establecidas, más o menos variopintas, sino las opiniones que he leído en muchos foros que tratan el asunto. He encontrado una violencia sorprendente, con gente dispuesta en ambos bandos, peatones y ciclistas, a salir por la calle a “dar garrotazos al que le moleste”, o a “marcar los cinco dedos en la cara al que se acerque demasiado”. Supongo que el carácter anónimo de los mensajes, y la tranquilidad del salón desde el que se escribe propician algunas ideas violentas e inconcebibles que luego no se llevarán a cabo, pero no deja de alucinarme esa falta de civismo, de capacidad para la convivencia. De nuevo otro asunto llevado al terreno competitivo, a la confrontación de dos bandos, al quién ha ganado, peatones o ciclistas.
No es la mejor opción para cambiar el “modo predicador”, pero lo he leído al despertar y es uno de esos enlaces que quiero quede presente, por los tiempos de los tiempos, en el blog: reportaje sobre Vicente Ferrer, el dios indio de los desamparados.
Jaime me regaló Quieto, el libro de Màrius Serra donde describe las experiencias con su hijo paralítico cerebral. Es recomendable para aquellos que estéis interesados en el tema de la discapacidad (o los que queráis asomaros desde una de sus perspectivas), pues aborda un aspecto que me parece especialmente complejo y singular: cómo los padres afrontan, entienden, manejan, el cambio tan grande generado en la vida por un niño que “funciona al quince por ciento de rendimiento”, como expresa el padre. En mi año de “bautismo especial”, estas relaciones entre padres e hijos, las distintas maneras de gestionarlas, han dado lugar a grandes sorpresas, ejemplos magníficos, y abundantes enseñanzas.
Espero contar en el próximo capítulo cómo algunas personas, buenas personas al margen de sus obligaciones oficiales, están ya colaborando y cavilando para fabricar bicis especiales en las que puedan montar, disfrutar, aprender, vivir, niños especiales.
Vaya. Ayer acabé el libro, ahora estaba tecleando las anteriores líneas cuando ha sonado el “pip-pip” de la bandeja de entrada. Encuentro un mensaje de Jaime donde me cuenta que Lluís Serra, el niño protagonista de Quieto, murió ayer. Dejo de teclear.
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